Última hora: Augusto Pinochet era en realidad un robot!
Redacción, 3:15 p.m.:
El Caprabo’s Corps de la “First” inglesa se niega a disputar los partidos de copa alegando que en su afición “son todos muy feos”.
Redacción, 3:40 p.m.:
Encontrada en Villaviciosa del Cerro (Nueva Zelanda) una calabaza con forma de calabacín.
Redacción, 4:03 p.m.:
La investigación póstuma acerca de la vida de Augusto Pinochet Ugarte, quien fuera cabeza de gobierno de Chile durante quince años, ha dado un vuelco inesperado hace tan solo un par de horas a causa de la exhumación de su cadáver, dictaminada por la fiscalía general del estado chileno con el objetivo que comprobar si era verdad que el fallecido se había llevado a la tumba un paquete de “stock options” de empresas tanto nacionales como extranjeras. Según afirmaban algunos, Pinochet habría adquirido ilícitamente dichas opciones y, además, con ayuda de algunos miembros de la DINA, les habría echado una maldición mortuoria (a través de su cultivada sabiduría en las artes de lo que se conoce como el “vudú fach”) para que el estado no las confiscase nunca.
Sin embargo, como informan nuestros corresponsales desplazados al continente americano, la sorpresa ha asolado el aristocrático “Sementeerio de loj héeroej” cuando, al abrir el féretro, los operarios de la fiscalía han comprobado que detrás de una corroída capa de látex con aspecto de piel humana se encontraba una carcasa metálica y varios circuitos y cables eléctricos, además de un rudimentario antecesor de los procesadores 386. Ante semejante evidencia, aunque sin salir de su asombro, los operarios han comunicado a la multitud de periodistas que se agolpaban a su alrededor lo que nadie ya podía ignorar: Augusto Pinochet era en realidad un droide antropomorfo.
Solo ahora cobra sentido aquella anécdota, sucedida en el Palacio de la Moneda en el 73, cuando Pinochet estaba al cargo del ejercito chileno bajo el gobierno de la Unidad Popular. Al finalizar una rueda de prensa, en medio de una charla con prohombres del gobierno, Pinochet despreocupadamente se sacó del bolsillo un paquete vacío de pilas alcalinas, lo miró con agrado mientras lo tiraba al suelo mismo del palacio y, después, salió de la sala con una mirada extraña, como absorto en sus pensamientos y canturreando “... y duran... y duran”. Salvador Allende permaneció con cierta expresión de pasmo ante la escena, pero no retiró su confianza en la eficiencia de su jefe militar. Lo más sorprendente de todo, empero, es como consiguió el biónico mandatario pasar durante toda su vida (para una escueta mayoría de la opinión pública mundial) por una persona.
Aquellos que se han aventurado más prontamente a brindar una interpretación de los hechos sitúan la confección de Pinochet en una fábrica de enchufes filial de la Escuela de las Américas. Al parecer, desde allí, durante la segunda mitad del siglo XX, se habrían promovido estrategias de contrainsurgencia y control social que consistían en la creación de militares/políticos robóticos, los cuales resultaban mucho menos influenciables por los flujos informativos externos, para los que no habían sido programados. Para muchos dirigentes y “hombres de las sombras” norteamericanos, este hecho se vio dramáticamente corroborado en los años 80, con el caso Noriega.
La desclasificación de ciertos documentos de las administraciones y servicios de inteligencia estadounidenses, permiten ahora entender que los planos que, se había creído, correspondían a un modelo de cafetera nuclear, en realidad eran los del diseño temprano de lo que más tarde se convertiría en Augusto Pinochet. De hecho, el modelo T-306, conocido como “Moustached weasel” (que se traduce por “Comadreja mostachuda”), fue muy popular entre los conciliábulos golpistas sudamericanos, sobretodo a partir de los setenta, hasta el punto de que por todo el continente se podían encontrar altos y advenedizos cargos de los respectivos ejércitos con una línea muy parecida a la de Pinochet: mandíbula robusta y propulsada (inspirada en un neandertal), bigotillo ratonero y gafas oscuras de la envergadura de una tapa de alcantarilla. Además, el modelo traía de serie un sistema de sonido, ubicado en la cavidad craneal, a través del cual sonaban alegres tonadillas falangistas, una versión salsera del “somos los novios de la muerte” y también el himno no oficial de la CIA; “Venga y moriros todos, macacos”.
Además de todo su equipamiento, el “Moustached weasel” resultaba en un modelo fácil de usar, puesto que solo sabia actuar unilateralmente, pero al mismo tiempo versátil. En realidad, las fuerzas armadas chilenas habían adquirido años atrás a Pinochet para realizar las funciones más chusqueramente cuartelarias de un regimiento de artillería: humillar a reclutas, aporrear a todo aquello que llevara el pelo largo y comerse los ratones del club de oficiales. Sin embargo un defecto de fabrica en su esófago de tungsteno repercutía en que su voz sonara como si estuviera interpretando el “Mikado” a perpetuidad, lo cual lo inhabilito para todas aquellas actividades directamente intimidatorias para las que se había incorporado a filas. Aún y así el alto mando decidió que aquel pedazo de metal, a pesar de todo, era un “huevón” lo suficientemente funcional para ser uno de los suyos, con lo que el poco kilometrado Augusto (o “Robochet”, como le apodaban) empezó a escalar en las jerarquías militares. La historia que sigue, la su ascenso al poder el 11 de septiembre de 1973, es ya conocida por todos.
Las reacciones, como ya apuntábamos, no se han hecho esperar. La prensa amarilla chilena se frota las manos con el alud de debate que se avecina acerca de la “capacidad modernizadora” que Pinochet desplegó en su acción de gobierno (gracias a su potente módulo de “management” social). Esta cuestión, que repercute directamente en el juicio sobre la deseabilidad de las estructuras políticas chilenas de la actualidad, produce el enfrentamiento de posturas de un sexto de la población del país, que considera básicamente que Pinochet erradicó el comunismo de su suelo y les permitió comprar pasta de dientes de importación, otro sexto opina que tal vez sus métodos fueran un poco rudos, pero que “sin duda recuperó el nivel de legitimidad política de los años sesenta” (no se especifica el siglo) y otro sexto que cree firmemente que la culpa la tuvo Allende por no dar rienda suelta a la superación del capitalismo y, además, suministrar aceite de máquinas al ejército (nótese que el ejército lo dirigía el mismo Pinochet por aquél entonces). El resto de la población no tiene claro que beneficios reales puede reportarles el opinar algo.
Sea como sea, lo que sí es cierto es que la figura del dictador seguirá generando controversia en la sociedad chilena, más conociendo ahora que era una unidad de “fina ironía” fabricada en las islas británicas la que le hacia pronunciar frases tan crípticas como la siguiente, extraída de uno de sus discursos: “Cuando tomamos el gobierno, el país estaba al borde del precipicio y...gracias a nuestra política...¡ha dado un paso adelante!”.
Ante el anuncio de que la constitución robótica de Pinochet se había hecho de dominio público, el ministerio de asuntos foráneos de Estados Unidos se ha dado prisa a reclamar una serie de pagos atrasados por el usufructo de su unidad T-306MW, esgrimiendo la frase (cuya popularización se atribuye a Richard Nixon) de que iban a ser “los propios ciudadanos de los estados latinoamericanos los que sacarían más tajada de su uso; puesto que los que opinasen lo contrario serian cortésmente invitados a ocupar una plaza preferente en zulos de metro por dos con tal de apaciguar veladamente sus ánimos contestatarios”. Y así sucedió.
Mientras la noticia siembra un moderado asombro a lo largo y ancho del mundo entero, ciertos observadores siguen insistiendo en que las piezas de unidades como Robochet están siendo recicladas, hoy día, en nuevos y mejorados diseños: con una carrocería reformada que disimula con sobriedad los rasgos más fascistoides, una mayor capacidad computacional para “mantener la estabilidad del hemisferio sur” y un característico toque de vileza demagógica y manipuladora que es el sello de fábrica de los firmantes del documento “Por un nuevo siglo americano”.
CGM.
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