sábado, 13 de noviembre de 2010

Aproximación de posturas

La casita que Herb y Nelly Flenscher tenían, en aquél monótono suburbio de Albuquerque, Nuevo Méjico, podría haberse considerado un alcanforado museo de las tendencias decorativas imperantes entre la orgullosa clase media de principios de los sesenta. Allí todo había sido conservado al milímetro, en parte para no disipar las memorias del ya pasado apogeo de actividad de aquel feliz núcleo familiar. Por allí habían pasado dos jóvenes alocados cuyo único sueño era formar una familia, como “las de la tele”. Después vinieron los niños y tantas emociones a ellos asociados, sus primeras palabras, su primer baile, su partida hacia la universidad...
Aquél día había sido exactamente igual a tantos otros del pasado reciente de los dos ancianos, ocupados en una exigua rutina que dejaba tiempo para dormitar a gusto y ver la tele al menos seis horas, sin demasiado intercambio de palabras, puesto que casi pensaban al unísono, y saliendo de la casa para regar las plantas tan solo. Y es que la vida de aquellos benévolos octogenarios se alimentaba, ahora, de las viejas glorias de un hogar fructífero, unos hijos sanos y toda una vida en común. Sin duda, ninguno hubiera imaginado un final distinto para una vida plena. Herb pensaba esto de Nelly y Nelly lo pensaba de Herb.
Por la noche ambos acometieron rítmicamente sus quehaceres previos a acostarse, con el desenvolvimiento de una coreografía ensayada durante décadas y el constreñimiento de los movimientos superfluos que, con el tiempo también, va imponiendo la artrosis. Después, cada uno se introdujo debajo de la colcha por su respectivo lado de la cama. Por una de esas casualidades que no son casualidades sino más bien fusión de personalidades, ambos se sintieron, también simultáneamente, presas del vértigo, al observar lo que habían sido sus vidas en la perspectiva de los años, con todo lo vivido. Parecieron percibir su conexión y se abrazaron ligeramente, con ternura. Al cabo de un rato de intenso silencio ella dijo:
- Sabes Herb, estaba pensando en lo feliz que ha sido nuestra vida y en la suerte que hemos tenido de vivirla juntos...-
- Aha... -
- Quiero decir, pensaba en la casa, los niños, el coche... Nunca nos ha faltado de nada y... más importante, siempre hemos podido confiar el uno en el otro... -
- Si, cariño... -
- Si... -
- Si. -
Se sucedió otro momento de tierno silencio, de aquél labrado con la persistente confianza de un matrimonio a la antigua. Pero entre la satisfacción Nelly llevo su semblante hasta una cierta expresión de preocupación, tenía el pensamiento fijo en algo concreto. Al final dijo:
- Y pensar que cuando nos conocimos yo pensé inmediatamente que tu eras un psicópata peligroso o algo así... -
Herb no dijo nada. Nelly tomó esto por una natural expectación por más detalles acerca del asunto.
- Es que... aquella primera vez que te vi, ofreciéndole una piruleta a mi primito Charlie desde tu Buick, realmente, no sé por qué, me vino a la mente que quizá fueses un enfermo y quisieses llevártelo a alguna correría de innombrables depravaciones... -
- ¿En serio pensaste eso? – Preguntó Herb esta vez.
- Bueno... quizá no como para acordarme, ya sabes que es bueno desconfiar de los extraños y tratándose de niños... – Hizo un gesto de gravedad con la cabeza – Pero fue más bien después, cuando os saludé y tu me echaste aquella mirada... luego descubriría que era el amor a primera vista, pero en aquel primer instante... -
- ¿Quieres decir que te pareció inquietante? -
- Pues si, un poco. Parecía que te salían chispitas de los ojos y daba la sensación que tu cerebro iba a mil revoluciones... Menos mal que no le di mucha importancia, eh, pichoncín... – Soltó una confiada carcajada.
- Si... – Él carcajeó también, después recuperó la imagen de seriedad – Resulta curioso...-
- ¿El qué resulta curioso? -
- Que te fijaras de esa forma en la mirada... -
- ¿Por qué, Herb? – Inquirió ella.
- Veras... yo iba a matarte realmente. – Confesó él.
- ¿Cómo? -
- Si, eso.-
- ¿Qué ibas a matarme? -
- Aha... De hecho, simplemente iba a matar a tu primito Charlie, pero me interrumpiste... a ti iba a despedazarte por ello.-
- Aah... -
- Si... yo llevaba tiempo matando gente por aquél entonces, ya sabes que los comerciales itinerantes somos proclives a ello... Yo siempre había oído algunas voces y... para mi era de lo más natural e incluso fantaseaba con llegar a ser uno de los grandes... Además, nunca había probado con niños y pensé: “a ver que sale de esto”. Pero apareciste tu... -
- Bueno, ¿y que pasó? -
- Pse..., pues no sé... tu confianza me resultó absurdamente ingenua y me bloqueé. Entonces tu sugeriste aquello de pasar a casa de tus tíos a tomar té y unas pastitas y pensé “meriendo y la reviento”, y luego “bueno, no la voy a matar aquí mismo, en medio de un tresillo tan cuco... dentro de un rato...”, y así pasaron los años, los niños... -
- ¡Vaya! ¿Y no volviste a pensar en ello? -
- Al principio si, pero después, con el trabajo, la educación de los pequeños, la vida social... no sé, me mató el instinto y me acostumbré a ello. Desde entonces las salvajes estocadas, la sangre y las vísceras fueron un recuerdo del pasado, tan sólo. -
- Entonces, ¿renunciaste a tu criminal faceta de asesino en serie por una vida convencional conmigo? -
- Pues se diría que si... -
- Aah... Bueno, menos mal, ¿no? -
Ella perdió su mirada entre los pliegues de la floreada colcha que les habían regalado hacía no menos de cincuenta años, el día de su feliz boda, y que había acompañado su lecho y sus noches desde entonces. Él apartó la profusa papada, que caía gentilmente sobre la coronilla de ella, con tal de verle un poco la cara.
- ¿Qué ocurre cariño? Pareces distraída... – Preguntó Herb.
- ¿Eh...? No nada... -
- Ah... ¿Seguro? Porque si hubiese algo... -
- Ahá... -
- ¡Vamos cariño! – Dijo él amorosamente.
- Bueno... ¡Es una tontería! – Al decir esto intentó deshacerse del abrazo de él de una manera teatral.
- Eeh... – La paró él.
- Pues... es que a mi siempre me había hecho mucha ilusión que algún chalado de mefística mirada hubiese aparecido de entre la nada, con su mugrienta ranchera, para coserme a cuchilladas en alguna sórdida callejuela... -
- ¿En serio? -
- Pues si... y poder hacer el papel de víctima histérica a lo Bette Davis, ser descubierta cadáver dramáticamente por algún transeúnte, aparecer en las portadas de los periódicos... ya sabes, los quince minutos de fama. – Nelly decía esto con expresión de ensoñamiento y acompañándolo de gestos de arreglarse la permanente.
- Vaaya, ¿en serio? -
- Pues si, si... Se diría que era el sueño secreto de mi vida... -
- No lo sabía – Dijo él, afligido.
- No pasa nada... Hemos tenido buenos años juntos, ¿no? -
- Si quieres, podría compensarte... Podría sacar mi viejo trinchante del baúl de la buhardilla y lanzarme una vez más a la carretera... -
- ¿Qué? ¡Pero que brutos sois los hombres! Vamos, por nada permitiría que te fueses por ahí con otras y menos para matarlas... ¡Herb, yo soy tu esposa! – Indignación en la sala.
- ¡Perdona cariño! – Rectificó él con atropello – Pues... si quieres... no se, te apuñalo un poco... aquí, en este costado... -
- Agh... – Profirió ella, con asco – Para hacerlo a medias... Lo suyo hubiera sido si no nos hubiéramos casado y yo hubiese sido parte de una larga serie de asesinatos... no sé, cuarenta o cincuenta... algo te hubiera llevado a la sección de “crimen azaroso” de las bibliotecas y al libro Guiness, por supuesto. – Después de dicho esto Nelly se giró, dando a entender que se acostaba. Él se quedó pensativo.
- Oye cielo, lo siento de veras... – Dijo finalmente – Si quieres podría pensar en algo... -
- No, no... déjalo – Fueron sus palabras, de espaldas a él – Quizá pasó el momento. -
A pesar de esto Herb permaneció preocupado. Aunque era viejo y tronado aún sentía sinceramente que en su interior ardía la llama de la pasión, pasión por Nelly y por todo lo vivido, por tantas veces que se habían apoyado el uno al otro. Por ello siguió reflexionando. Al final dio un toquecito a Nelly para comprobar si seguía despierta. Seguía. Entonces, él se preparó para seguir insistiendo en alguna manera de retribuir todo el sacrificio que Nelly había hecho en pos de la familia. Ella se hacía la displicente.
- ¡Vamos cielo! Me siento fatal, no crees que podría haber algo que te hiciese ilusión... -
- Aagh... Déjalo Herb, tan sólo era el loco sueño de una cría... Ahora hemos vivido tanto y visto tantas cosas, sobretodo por la tele..., ya nada conseguiría sorprenderme y excitarme... me da la sensación que cualquier cosa quedaría como deslucida... un “quiero y no puedo” y para eso... -
- Mmhh... – Resopló Herb.
- En serio, cariño, duérmete -
Pero Herb no se durmió. El recuerdo de sus cacerías de juventud se había reavivado en él: el dar vueltas erráticamente con el coche con la malévola sonrisa en los labios, escoger a la víctima, seleccionar golosamente el arma asesina de entre todo el surtido que guardaba en el maletero... Al cabo de un rato volvió a interpelar a Nelly, quien, esta vez si, se había dormido.
- Cariño, ¡no puedo dormirme! – dijo – No dejo de pensar en ello -
- ¡Ay! ¡Herb...! -
- Lo siento... vamos, ayúdame un poco. ¿No te gustaría algo así como simbólico y especial siquiera...? No sé... matar a tu hermana, ya sabes, la de Kennebunkport... o saquear la tumba de tu madre, ¿eh? No me digas que no te tienta... O si no, podría acabar salvajemente con ese chihuahua que se pone a ladrar los jueves y no te deja echar la siesta... -
- ¡Para Herb! Ya te he dicho que no soportaría que te cargases a nadie más que a mi, ahora que nos hemos casado y... -
- ¿Qué? -
- Pues que... después de tantos años juntos y tantas cosas vividas, francamente, tendría que ser algo muy espectacular... con tal que todo tuviera la verdadera categoría de un conmovedor homenaje a nuestro matrimonio, de lo contrario aparecería como cutre y vulgar. Todos se reirían de nosotros y comentarían “mira, ves como no se soportan” o “si la hubiera querido de verdad no la habría matado con ese cuchillito ridículo... si parece un cortaplumas”. – Dicho esto miró a Herb a los ojos – Eso es lo que no me apetece, que nos juzguen de esa forma... -
Herb ya no escuchaba los inconvenientes que le planteaba su mujer, su pensamiento estaba fijo en el término “espectacular”.
- Cariño, ¡yo podría hacerlo! – Dijo al final – Podría hacer algo suficientemente deslumbrante y grandioso como para llegar a compararlo, remotamente, con nuestro amor... sería como un brutal punto y final... ¿No te gustaría eso? -
- ¿Algo grande y espectacular...?
- ¡Si! -
- Tendría que resultar muy lírico y emotivo, que refleje todos los años que hemos vivido este cuento de hadas suburbano que ha sido nuestra vida, nuestro tiempo... Realmente, tendrías que esmerarte mucho... Piensa en los niños, no podemos dejarles el recuerdo de alguna chapuza hortera resumida en una columnita de la sección de “sucesos”... -
- Prometo poner en ello mi cuerpo, mi alma y todo lo que quede de arte en esta senil carraca. -
- ¿En serio lo harías Herb? -
- Por ti, mi cielo, fraguaré el asesinato más grandilocuente y evocador que un tipo normal como yo podría fraguar. Recrearé el gran homenaje que siempre has deseado, poniéndonos fin a los dos y a esta casa de una forma tan estridentemente expresiva que los periodistas y tantos otros observadores de la vida no podrán ignorar y dirán “vaya, he aquí un amor puro como el de los tiempos antiguos, los modernos Tristán e Isolda”. -
- ¡Oh, Herb! Me imagino la cara que pondrá esa perra de la señora Fitzpatrick... -
- Rabiará lo que le quede de vida... -
- ¡Oh, Herb! ¡No puedo esperar! -
- ¡Oh, Nelly...! -
Se fundieron en un apasionado beso en que sus pieles fláccidas, entre las oscilaciones, retorcimientos y contoneos de sus pliegues, se frotaron con renovado deseo.

A la mañana siguiente, las crónicas periodísticas en efecto reflejaron con todo lujo de detalles y fotografías el particular homenaje que Herb había rendido, con espíritu trovadoresco, a su matrimonio. La nota de prensa principal narraba el sobresalto experimentado por la señora Fitzpatrick, la primera en llegar a la escena del suceso, cuando desde su cocina oyó una potente explosión que venía de casa de los Flenscher. En palabras de Miss. Fitzpatrick, ella, acto seguido, había “recogido sus bragas del suelo” para luego “salir escopeteada hacia el veintidós de Willington Road”. Allí, había “encontrado la casa de los Flenscher arrasada completamente por una enorme deflagranción de gas” la cual, después se descubriría, provino del horno, manipulado de forma suicida por el marido Herb. 
Las incursiones posteriores entre los desechos, realizadas ya por las autoridades pertinentes, permitieron comprobar que el sótano de la construcción no se había visto seriamente afectado por el destrozo. Allí, dentro de caja fuerte forrada de ositos de peluche, las autoridades encontraron varios botes y botecitos que contenían el cadáver descuartizado de Nelly Flenscher en almíbar. El cónyuge, al parecer, también se había molestado en ordenar los cachos por categorías y ribetear cada bote de lazitos de colores. Por su parte, el cadáver de Herb Flenscher fue rescatado del campanario de la capilla del barrio, situada a 250 metros de la explosión. Al recuperarlo, las autoridades comprobaron también, con sentimientos encontrados, que el anciano iba disfrazado de pantera rosa y aún se aferraba con fuerza a una pancarta que rezaba:  “Te quiero Nelly”.
Al entrever el traslado del cadáver desde la muchedumbre, a la señora Fitzpatrick se le volvieron a caer las bragas al suelo y, esta vez, por causa del gentío y el bullicio, ya no las encontró. Rabió por el resto de su vida.  
     
                                                 CGM.

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