sábado, 13 de noviembre de 2010

Especialización de conocimientos

Se podría decir de B, al observarlo des de los ojos de uno de sus compañeros de trabajo, que era un ser bastante corriente. Allí sentado en su escritorio, con la postura estoica con que enfrentaba sus diarias tareas de contabilidad, se diría que era un “del montón”, alguien que pasa por la vida como sin quererlo, hecho ya de fábrica para no destacar. Era contenido por naturaleza y se relacionaba tan solo lo justo con sus colegas, lo necesario para ser medio aceptado y no entrar en la categoría, de la que ya no se sale, de los bichos raros.
Aquel día, al salir del trabajo, B se sentía presa de una amarga y poética perspectiva sobre las cosas, bastante acorde con la forma que tenía de juzgar su propia vida en aquellos momentos. La ubicación en que se encontraba su oficina, de hecho, era como para impregnar a cualquiera de ese estado de ánimo. Su acristalado edificio se encontraba en el borde de uno de esos barrios antaño feudos de industrias de todos tipos que, ahora, se habían trasladado al extrarradio en busca de suelo barato. Ante su vista se extendían generosos solares y antiguas naves y talleres en ruinas. Parecía una zona desmilitarizada. Pero lo cierto es que era, más bien, una zona franca para los empresarios de la construcción y sus consabidas cortes de acólitos especuladores, los cuales, sin duda alguna, iban a hacer allí su agosto. Incluso le pareció a B vislumbrar, allí en la lejanía, a dos tipos con trajes caros, gruesos puros y facciones de roedor que correteaban y brincaban de alegría por aquellos grandes espacios vacíos, revolcándose con la jocosidad de un niño en aquellos charcos putrefactos que a ellos debían olerles a alelí. B se sintió agotado y puso rumbo a su casa.
El camino desde el trabajo le daba tiempo, en días como ese, para sumirse del todo en las cavilaciones sobre su propia vida y la forma que tenía de consumirla aunque, después de ocho horas embutido en el “redil de anomia” que consideraba su trabajo, solo le quedaban fuerzas para dar más y más vueltas a aquellas asunciones-fuerza que se encontraban de moda en cada semana: su castrante inseguridad, su excesivo idealismo para con todo, su falta de valentía en tantas facetas...
B era un tipo resoluto en materia de “filosofía de la vida”, no es que fuera remarcablemente cultivado, pero siempre había tenido una inquietud muy íntima acerca del significado individual de su vida. Desde que comenzara sus estudios de humanidades había ido acostumbrándose a abandonarse a sus cábalas irrefrenadas durante noches enteras. Años después, las cábalas seguían, prácticamente, en el mismo punto que cuando comenzaron. Ante el peligro del estatismo y también de la muerte por inanición, B había decidido entonces lanzarse al cultivo de una carrera laboral cualquiera, lo que le llevó a la práctica de la contabilidad. En la concepción de B, aquél trabajo era una forma cómo otra de subsistir mientras seguía buscando, en sus pesquisas, su particular sentido de la vida.
Esta forma de conducirse también avezaba a B a ser un tipo bastante romántico, o él consideraba que así debía ser, puesto que nunca le habían dado mucha cancha en ello. En asunto de mujeres llevaba ya bastante tiempo sin encontrar a alguien que lo motivase, puesto que en el trabajo veía ciertas facetas de sus compañeras que inexcusablemente las descartaban para otros fines más elevados. Por ello, ya a los veintitantos, B seguía un camino lento pero inexorable hacia la frustración del alma.
Él, naturalmente, también se daba cuenta de esto y del círculo vicioso que lo reproducía y que no se rompería a no ser que, en una frase que recordaba de su abuelo para un uso similar, no “desempolvase sus cojones de enfrentarse a las cosas”. Pero unos pocos desengaños y desilusiones habían infligido una mella importante en su ánimo y no se sentía con fuerzas de cambiar nada, menos aún de mostrarse irreflexivamente valiente y audaz. En otras palabras, había acabado esperando que su suerte cambiaría como por arte de magia. Mientras esperaba y acumulaba tensiones, sin embargo, lo que hacía era reproducir su círculo perverso de inseguridad y marcando que el tono general de su vida fuera un suave y casi dulce descenso hacia la decrepitud.
Sabía lo que pensaban de él las mujeres y lo de su particular desgracia para las primeras impresiones, parecía un ser gris y predecible, sin chispa, sin capacidad de encandilar a nadie para hacer nada, ya no se diga para intercambiar fluidos corporales.
En los días sombríos, como aquél, en que volvía a casa muy cansado sentía todo esto a flor de piel. Embriagado de esta amarga sensación y de un pequeño “momento de muerte” freudiano, en esas ocasiones, al salir del metro, gustaba de atajar hacia su casa por el centro comercial que se encontraba próximo a ella y que detestaba por completo, considerándolo un monumento al consumismo irresponsable y uno hortera, además. Allí atisbaba las miradas hipnotizadas de los compradores con un rencor desatado, se sentía mejor que ellos, se revolcaba en aquella su particular pocilga emocional.
Aquel día, empero, estaba lo suficientemente cansado como para no extraer su habitual placer morboso de aquello. Se detuvo ante un mostrador sin uso del centro de la galería principal, desilusionado. Mientras oteaba en busca de alguna aberración bípeda, de las que tanto le gustaban, advirtió que sobre el mostrador había una extraña tarjeta publicitaria. Solo estaba impresa por una cara, en la cual, sobre un fondo satinado de negro, había una calavera con solapas y un piercing en la ceja. Debajo, tan sólo las siglas E.E.A.A. y su significado: “Escuela de estrategias de asalto avanzado”. Miró de nuevo a su alrededor, se metió la tarjeta en el bolsillo y se fue a casa.
Cuando cerró la puerta de su piso cayó en la cuenta de que le esperaban dos días de fin de semana de los suyos: sin planes, erráticos, llenos de autocompasión y con la única continuidad de una molesta sensación de vacío en el esternón. Aquello le dio ganas de apagarse. Ya se disponía a caer en picado hacía el sofá, como describiendo el movimiento de un “Stuka”, cuando recordó de nuevo la tarjeta que llevaba en el bolsillo. Rápidamente fue hacia el ordenador y buscó la página web de la E.E.A.A., que encontró sin dificultad. Sin embargo allí solo se daba acceso a una portada con el conocido logo de la calavera, un par de citas sobre el vitalismo y las mujeres y unos recuadros para introducir los propios datos y un código. Probó introduciendo un par de nombres falsos, después con sus exiguas dotes de piratería informática y, finalmente, buscando información en los foros internáuticos, pero nada resultó. Apagó y prosiguió hacia el sofá, a hacer lo propio consigo mismo.

Exactamente siete días y catorce horas después de aquello los acontecimientos se precipitarían atropelladamente. B salía de su portal con la única intención de encontrar una máquina expendedora de tabaco cuando, habiendo dado tan solo unos pasos por la acera, se encontró con una manada de turistas asiáticos que avanzaba hacia él. Trató de sortearlos, pero eran demasiados como para dejar una brecha de paso y, en la confusión de los intentos de regateo, se produjo una mezcla de flashes fotográficos y efigies de imperturbable amabilidad que a B, con las líneas de las sábanas marcadas aún en la frente, le retornaron parcialmente a un estado onírico y alucinativo. Desorientado se dio la vuelta al mismo tiempo que un tipo trajeado, al intentar flanquearlo, le clavaba su maletín en el hueso de la cadera. El dolor intenso se sumó a aquel apabullante alud de sensaciones, haciéndole doblarse como un sobre y, entonces, fue cuado percibió que el tipo del traje tenía un paño, húmedo de algo, en la mano.
A partir de ese instante se sucedió un lapso de tiempo en que a B tan solo le quedaría el recuerdo de escenas inconexas, medio borrosas y bordeadas de negrura. Primero la acera moviéndose ante su cara, la sensación de ser llevado en volandas y el mullido impacto de una tapicería de coche en el rostro. Luego, el bamboleo del utilitario en movimiento y los comentarios, entre risas, de sus captores, de entre los cuales solo pudo distinguir el término “pescadito”. Finalmente, el despertar bocabajo, enfocado hacia un respetable acantilado y una figura oscura que le preguntaba: “¿Tienes lo que hay que tener? ¿Tienes lo que hay que tener..., ridículo paramecio?” Él solo balbuceó y volvió a perder el sentido.
Cuando despertó la siguiente vez notó el frío tacto de una camilla metálica en su espalda y, mientras se incorporaba, pudo ir dándose cuenta de que toda la estancia mantenía aquel mismo tono de gélida e intimidante austeridad. Solo tuvo tiempo de frotarse sus tamborileantes sienes cuando la única puerta de la sala se abrió. De ella emergió un personaje del que se podría haber dudado de si era del todo humano. No desentonaba en aquel ambiente robótico y B se preguntó si aquella debía ser su habitación. Había algo muy inquietante en él, la impecabilidad del planchado de sus pantalones, un corte de pelo y un afeitado recién repasados, la extraña aureola de autosuficiencia que irradiaba, o todo junto. Aún, lo más enervante, le pareció a B, era la mirada que persistía en dedicarle desde que había llegado y sin haber mediado palabra todavía. Aquella mirada, sostenida y directa, parecía esperar algo de él, algún paso marcado en un guión desconocido, parecía decirle “¿qué? ¿te tomaras mucho tiempo en sorprenderte...?”. De pronto, B se sintió más inseguro que sorprendido, a saber a manos de que panda de pirados había ido a parar. Finalmente, la esfinge habló.
- ¿Cómo se encuentra?- Preguntó con intención retórica.
B permaneció expectante por unos momentos, intentando captar algún signo de comunicación no verbal que le ayudase a adivinar el objetivo de aquella pregunta. Pero allí no había nada.
- ¿Bien...?- Acabó por mascullar.
- ¿Me lo está preguntando?- Respondió el extraño sujeto variando su semblante a un matiz de severidad. - ¿No es capaz de responder a una simple pregunta? ¿A algo a lo que solo usted puede responder...?
La confusión de B crecía por momentos.
- Mire, simplemente ocurre que no tengo ni idea de para que se me pregunta eso...o aún el tipo de respuesta que usted...- Sus nerviosas palabras fueron interrumpidas.
- Me llamo Zamfir y voy a iniciarle en nuestras sabidurías ancestrales. – Hizo una pausa. – ¿Está usted listo?-
- ¿Qué si estoy listo para qué...?- Exclamó B perdiendo un pelín la compostura. – Oiga, tiene usted que entender que...- Fue interrumpido de nuevo.
- Lo que aquí hacemos es impartir un tipo de conocimiento práctico cuya génesis se remonta a los mismo albores de la humanidad. Después fue perfeccionado en el antiguo y lejano oriente para ser, posteriormente, olvidado...hasta nuestros días. Le estoy hablando de estas técnicas iluminadoras que sirven para potenciar las propias dotes de seducción y hacerlas prácticamente infalibles. Aquel saber mediante el cual no habrá fémina capaz de negarle nada, una vez desplegado su encanto. El dominio, el más alto poder que se puede ejercer sobre ellas.
B no pudo articular palabra, confuso y extrañado como se encontraba, por lo que Zamfir siguió hablando.
- Verá, estoy seguro que usted mismo habrá oído hablar de autores contemporáneos que ya han intentado sistematizar, en alguna obra de autoayuda que otra, una teoría total acera del funcionamiento de tales mecanismos de seducción. Hay que reconocer que no han sido malos intentos, puesto que en algunos puntos se da exactamente en el clavo, pero aquí no creemos en ese tipo de aprendizaje pasivo. No. Aquí consideramos que para que un ser arrastrado y que segrega un hálito de repelencia, como usted, pueda salir de ese pozo en que le ha metido el destino tiene que implicar a toda su personalidad en ello, tiene que desprenderse de su antiguo yo, incluso, y de sus partes menos comerciales.  Este tránsito que le describo, me temo, no suele darse por la propia voluntad del individuo, raquítica y desnutrida como esta se hallará, sino que en algunas etapas críticas requiere del apoyo incoativo de lo que aquí llamamos un “sargento personal”.
Esta vez, B trató de producir algún sonido que corroborase que seguía en la conversación, pero tenía la boca seca de poner cara de pasmo, así que Zamfir continuó con lo suyo.
- No hay que decir que el objetivo último de nuestro programa es que cada cual desarrolle su propio e interior “sargento personal” pero hasta que se llega a ese nivel de madurez nosotros garantizamos la asistencia permanente de uno de nuestros empleados para ejercer ese papel disciplinar de forma externa.
- A... así que lo que ustedes hacen...- Dijo B entre carraspeos.- Es enseñar a ligar a la gente...-
- Lo que hacemos nosotros, señor mío, es podar las ramas sin funcionalidad seductora de su árbol de la personalidad, eliminamos todo aquello que lo separa a usted de un icono sexual masculino, que ahora mismo es mucho como comprenderá. Proporcionamos la experiencia de un tránsito a una nueva vida, una nueva forma de ver las cosas y de juzgar el mundo y además aseguramos el éxito y el poder. Pero para ello, como digo, uno tiene que estar dispuesto a sufrir y pasar indecibles penurias personales, antes de convertirse en un “gobh-ar”...-
- ¿Un “gobh-ar”?-     
- Exactamente. Un “gobh-ar” es aquel macho que ha visto la luz, se ha desprendido de su propia mediocridad y ha aprendido a juzgar el mundo como un campo fértil de oportunidades para expandir la propia voluntad sexual. Como cuentan las escrituras, un “gobh-ar” además ha asumido los preceptos del “tantra Ming-al-oka”, que establece que el nirvana solo se alcanza a través del acto sexual con mujeres y cuando se las “vence” en un combate ritual en el campo de batalla, es decir, cuando sucumben dramática y patéticamente, como es propio de seres gregarios, al magnetismo del macho debidamente lubricado. Según nuestra filosofía, con esto se reproduce el ciclo de la vida y la continua selección de los más viriles. Incluso usted podría llegar a convertirse en un “gobh-ar”, con unas buenas dosis de suerte y algo más...-
B se sentía algo aliviado después de conocer mejor aquellos entresijos y, aunque todo aquello le resultaba hasta cómico, no podía dejar de sentir pinchada su curiosidad. Al fin consiguió articular palabra de nuevo.
- Vaya, entonces... ¿habla usted en serio? Francamente ya me esperaba que un día de estos algún listo decidiría meterse a invertir y a hacer negocio con esto, pero lo cierto es que a mi...- Mientras buscaba una fórmula de rechazo lo suficientemente conciliadora fue interrumpido una vez más.
- Guárdese sus opiniones por el momento y, por favor, borre esa expresión divertida de su cara. Esto no es un tenderete de feria, un campamento de verano ni un puñetero juego. No tenemos afán de lucro alguno, solo nos movemos por la sacra voluntad de “salvar almas”, por ponerlo en palabras que usted entienda.
- ¿No hacen negocio? ¿Y de que viven entonces...? Vamos, eso tiene que ser una broma...- B pronunció estas palabras al tiempo que dibujaba una sonrisa de incredulidad y desenfado. Zamfir reaccionó irguiéndose rápidamente de la silla de diseño en que se había acomodado, su cuerpo se contrajo como por resorte y apretó los puños con rabia.
- No se atreva a burlarse, ni por asomo, de lo que le estoy contando. Usted no tiene ni idea y ni siquiera lo sabe. Se lo digo, he visto cantidad de patanes pusilánimes de su calaña rebajarse hasta lo indecible por ejercer las naturales e inexcusables funciones que enaltecen a nuestro género por encima del resto y eso...eso, le aseguro señor mío, no es una experiencia que se olvide. Cuando haya visto dos o tres de estos casos, situaciones en que hombres hechos y derechos claudican ante el embrujo esotérico y maligno de una hembra, se dejan subyugar y pierden sus dotes de liderazgo, corrompiendo su alma, por “mojar el melindro” una vez cada dos semanas, entonces no será usted capaz, como yo, de aguantar bromas con ello. Esto es una perversión, subvierte el orden natural de las cosas y me pone enfermo de una forma que usted aún no puede comprender. Aquí nos hemos propuesto luchar a muerte contra tal estado de las cosas.- Zamfir cogió aire un par de veces y pareció serenarse un poco.- Para su información, le diré que nosotros formamos una fundación privada en la que participan algunos de los grandes prohombres del mundo, hombres de gran encanto y virilidad como comprenderá, seres superiores... Nosotros no nos abrimos a enseñar a cualquiera, sino que elegimos individualmente a los candidatos más perdidos, pero que aún guardan cualidades interesantes como para creer que se los puede salvar.-
- ¿Quiere decir que me han estado espiando?- Exclamó B.
- Oh, por supuesto, no podemos arriesgarnos a coger a cualquier piltrafilla que desperdicie el presupuesto que se invierte en nuestros cursos iniciáticos... Cuando exploró nuestra página web ya llevábamos un par de meses fijándonos en usted, lo consideramos una señal...- Zamfir sonrió por primera vez. B se estaba inquietando de nuevo y esa última sonrisa le empujó un poco más a ello.
- Bueno, pero... ¿por qué yo? Quiero decir que...supongo que no me iría mal que me azuzaran un poco en materia de atracción interpersonal... que me pinchasen un poco el culo me refiero... pero insinuar que soy una mierda tan apestosa como para dar pena y desear ser salvada...-
- Verá, amigo,- comenzó una vez más Zamfir, ahora mostrando sus rasgos más entrenados de condescendencia. – Usted es un buen tipo... simplemente se ha extraviado del camino que la naturaleza nos impone. Ha dejado de comprender el sentido original de “poseer” a una mujer. Usted tiene los atributos necesarios..., no físicos sino mentales, para ejercer satisfactoriamente su papel de macho. Tiene, aunque se esfuerce por reprimirlo, una mala leche muy propia, un punto de indómita obstinación y una capacidad de resistencia en la práctica del onanismo que ha asombrado, sinceramente, a nuestros analistas. Ahora solo hay que “canalizar” todo esto hacia el camino recto. Tiene usted que olvidarse de esas fantasías “new age” suyas acerca de la “mutua e íntima comprensión” y lo de encontrar un compañero que llene “no-se-que-huecos-de-expansión-personal” y hostias... Aquí los “huecos” los “llenan” los hombres!-
Llegados a este punto, la inquietud de B se transformó, con todas las de la ley, en susto, puesto que aquél personaje no dejaba de acrecentar el tono de sus palabras y, además, acababa de citar una expresión que él, estaba seguro, había usado de antemano, no sabía si en una conversación telefónica con un amigo o en uno de sus múltiples intentos de escribir un diario, cuyas pruebas físicas el consideraba destruidas. Zamfir tampoco dejó de advertir esto.
- Vamos, levántese. Le contaré el origen de nuestra iniciativa mientras se asea usted un poco y le llevo al pabellón principal.
B mostró actitud obediente. Zamfir abrió la puerta e hizo gesto de que se le siguiera. Entraron entonces en un largo pasillo con puertas a cada lado y un aire general a asepsia que, imaginó B, debía parecerse mucho a un centro de reclutamiento de espías transnacionales. Anduvieron todo a lo largo del pasillo en silencio hasta que este doblaba a la izquierda, entonces Zamfir abrió otra puerta y le invitó a pasar.
- Entre y aséese un poco, ande.- Dijo con un ligero soplo de desprecio.
B procedió y se repitió a sí mismo que por el momento no debía enfadar al sujeto, por lo menos hasta haber podido identificar una salida practicable hacia el exterior de aquellas instalaciones. Escogió un lavadero de entre los que allí había y se quitó la camiseta que, ciertamente, después de haber dormido con ella y a causa del tute del secuestro se encontraba en un estado francamente lamentable. Decidió también aguantar el tipo y no comprobar el estado de los calzoncillos. Zamfir siguió allí donde lo había dejado.
- Allí por las acaballas de los años noventa había una orden de monjes tibetanos que moraba por los alrededores del monte Kailash y que era conocida como la “orden de las seis furias cojas”. Ocurrió que la afiliación en peso de la orden, cuando acudía al concurso internacional de ascetismo de Hampden, quedó atrapada en un caos aéreo, por lo que tuvo que desviarse hacia el aeropuerto internacional de Benidorm. Al salir a respirar aire fresco y puesto que su siguiente vuelo no salía hasta dentro de catorce horas, los monjes fueron engañados por un gracioso y llevados hasta la discoteca más macarra de la villa, dónde, juntado ya con unos amigos de una calidad humana parecida, el gracioso procedió a etilizarlos y a insuflarles todas las drogas que tenía a mano.- Lo cierto es que Zamfir parecía emocionarse un ápice mientras contaba aquello y B intentó expedir algún signo fingido de respeto.- Cuentan que aquellos monjes, habiendo desarrollado una aguda afección de fotosensibilidad por practicar, durante semanas enteras, actitudes privativas en oscuras covachas construidas sobre la roca desnuda, sufrieron serias alteraciones de la conducta por causa de la conjunción de los efluvios alcohólicos y los focos de luces multicolor del tugurio. Así que aquellos mártires vieron como los módulos de control del comportamiento de sus cerebros quedaban, de pronto, inservibles y los impulsos físicos acumulados durante años de abstinencia, consiguientemente, irrefrenados. Algún testigo parapléjico de la barbarie que se sucedió después aún cuenta con horror en los ojos la rabia con que se desató aquella farra de hábitos y calvas, en que los monjes se abandonaron a una orgía de consumismo, locura hedonista y látex.- Zamfir hizo una pausa para comprobar la consternación en su interlocutor.- Muchos de los monjes, entre ellos el líder espiritual de la orden, perecieron aquél día, entre epilépticas erupciones de espuma, de sobredosis de la sal de los aperitivos o por la falta de costumbre a una sobrexposición a la cerámica de los retretes de los abrevaderos. Sin embargo, los que quedaron con vida habían superado una importante prueba de resistencia espiritual y se dieron cuenta que sus cuerpos mismos habían cambiado. Comprendieron entonces que fue la unión de sus capacidades monásticas de concentración, eliminación de lo superfluo y frías dotes de cálculo, al daño cerebral ocasionado aquella noche y al objetivo terreno de ligarse a “cangrejitas”, término citado en uno de los anacrónicos pergaminos con que se hicieron, después, los monjes y que, al no dejar de repetirla, se convirtió en sagrada, lo que había producido su tránsito al estado de “gobh-ar aceitoso” (el nivel de “gobh-ar” más sensual). Comprendieron que con sus dotes previas y las recientemente adquiridas podían camelarse sin esfuerzo a cualquier “cangrejita” que tuviera la imprudencia de ponérseles a tiro. Con ello, la experiencia adquirió un carácter de iluminación, un sincretismo de fes, y los monjes no tuvieron otra que fundar una nueva orden religiosa: la “Escuela del tantra Ming-al-oka”. Nuestra iniciativa procede directamente del apoyo prestado a la orden por aquellos prohombres que le mencionaba.- Zamfir paró para respirar y se recostó contra el marco de la puerta desde donde observó a B, quien permanecía semidesnudo e inapelablemente estupefacto.
Entonces Zamfir reiteró su gesto de desprecio, cogió una pequeña toalla de un estante y se la tiró a B.
- Séquese un poco, vístase y sígame.- Le espetó.- Esperaré fuera.-
B se dio prisa en vestirse de nuevo con sus maltrechos harapos y salió a su encuentro. Intercambiaron una fría mirada y reanudaron la marcha a través del pasillo.
- ¿Sabe usted...?- siguió hablando Zamfir.- Me da pol culo una barbaridad la carita que me ponen los gusanos ignorantes como usted cuando llegan aquí y se enteran de a que nos dedicamos. Todos ponen ese semblante de media indignación, como diciéndose “¿qué es esto?”, “no puede ser” o buscando las cámaras ocultas de algún programa televisivo como usted ahora mismo. No disimule!- Le lanzó otra mirada de las suyas.- En realidad, los seres como usted no se dan cuenta del favor que se les hace...y esa es la razón de que no podamos “salvar” a más gente, por su propia y estúpida resistencia y remilgamiento... Pero, en fin, no debería enfadarme, lo he visto ya muchas veces y, en el fondo, es asunto suyo si decide seguir siendo un mierdecilla como hasta ahora...-
El pasillo tocaba a su fin y esta vez daba a un espacio amplio y muy iluminado. B cruzó el umbral de luz apretando los dientes y temiendo lo que les esperaría a sus retinas. Mientras la imagen se definía fue comprobando que se encontraba ante una gran nave de techos traslúcidos. En su mismo piso, en los laterales, se podían ver puertas que conducían a oficinas inmersas en una febril actividad. En el piso inferior se distinguían multitud de aulas compartimentadas y con el techo abierto. Allí abajo también reinaba el trasiego, con los instructores impartiendo sesiones magistrales, animando debates socráticamente participativos y también experimentos prácticos a, por lo menos, veinte alumnos por aula. Zamfir ladeó la cabeza y miró a B con una sonrisa de satisfacción. A B le pareció que en aquella mirada había una semilla de perversión megalómana. El otro pareció advertir de nuevo lo que le estaba pasando por la cabeza y, recuperando en porte, echó la cabeza atrás para indicarle que le siguiera. Bajaron por una escalera hasta el piso de las aulas, desde donde se las podía ir observando pormenorizadamente.
- Como le decía,- siguió Zamfir- aquí no obligamos a nadie a nada, incluso le mentaba antes que ya casi extraigo un placer morboso a cuando uno de ustedes se nos rebota y tenemos que devolverlo a su propio cubil de podredumbre... Pero si es usted sensato, y puesto que el Comité le ha concedido una beca “Lazarus”, se avendrá a participar en nuestro programa básico de desintoxicación e iniciación y, con un poco...con suerte, dentro de un tiempo podrá pasar usted a segundo.
- Ehumm... ¿son varios años?- Preguntó B temeroso.
- Oh, si, si, claro. Es un proceso costoso aunque usted no lo vea ahora. El curso básico son dos o tres años, en el caso de los más lerdos, y con ello se consigue el tránsito a “Fuven” de nivel uno. Eso incluye “Apariencia física básica” y “Apariencia espiritual básica”, naturalmente, y también “Psicología femenina I: Nociones de fondo”, “Introducción a la teoria del macho”, “Ingenieria del desvestir” y...bueno, muchas otras. Después se suceden cuatro niveles de “Fuven” más en que el aprendiz debe practicar “incursiones” sin parar sobre el “enemigo”, enrolado en nuestro cuerpo de “Metromarines”. Eso suele llevar seis años más, hasta que la “Junta de tasación-sex” confirma que se ha alcanzado el nivel de “gobh-ar”. A partir de entonces ya cada uno sigue su instinto y su propio camino hacia mayores logros...-
Mientras Zamfir seguía comentándole el proceso de matriculación y los requisitos de cada asignatura, ante los ojos de B se sucedían las escenas de los que ocurría en las diferentes aulas y él se sentía como metiéndose cada vez más profundo en aquella particular madriguera carrolliana, en aquella “factoría de seducción” como se leía en el orgulloso cartel que colgaba del techo de la nave.
Pasaron por delante de las aulas en que se impartía “Apariencia física básica” y “Apariencia espiritual básica”, en las que los alumnos más noveles debían pasar por la humillante experiencia de corregir sus hábitos de indumentaria e higiene en público, lo mismo que la postura y la “imagen del aura”. En la primera de ellas se enseñaba los distintos significados sexuales de cada corte de pelo, el arte de almidonar camisas solaperas y el insistido concepto de la “burbuja de olor corporal”. En la segunda se ilustraba en la mecánica de promoción de una personalidad dominante, eclipsadora y atrayente. Cruzaron también por delante de “Tipologías de operaciones I”, donde se repasaba sumariamente todo el abanico de posibles encuentros con el enemigo según la estrategia a emplear, desde acciones de asalto directo y fuego de saturación, hasta aquellos de largo plazo que requieren de la paciencia y la quirúrgica precisión de un francotirador, pasando, además, por las citas a ciegas, por definición incatalogables. También vieron el aula dedicada a “Ética sexual”, una optativa de crédito y medio en la que se profesaba una especie de anarquismo social-darwinista, y la de “Psicología femenina IV: La obstrusiva línea negra de mierda entre amistad y sexo”, donde se podían observar abarrotaos estudiantes con cara de mucho aprovechamiento ante un profesor con pinta de místico. Entonces llegaron hasta donde terminaban las aulas y comenzaban los salones de prácticas libres y el obligado gimnasio. Ellos consistían en varios bares y discotecas, de diversos ambientes, flanqueados por una serie de grandes espejos de esos que por el reverso dejan ver lo que acontece en la habitación contigua. Además de estas salas, las más grandes y solicitadas, también había una bibilioteca, una sala de espera de hospital y una con una larga fila de maniquíes que simulaba la cola del paro, para aquellos que quisieran practicar artes y habilidades específicas. Pero la sección de prácticas no acababa allí, puesto que se extendía por la sección “outdoors”, como indicaba el cartelito de orientación, dónde comenzaba un gran parque dotado de piscina, también obligada, un parque infantil y una zona vallada al tráfico y a la vista en que se ensayaba con las últimas tendencias en fiestas al aire libre y su vertiente “bélico-estratégica”, en los términos del propio centro.
Comprobada someramente esta amplia provisión de recursos y servicios se dieron la vuelta y siguieron caminando entre las aulas. Mientras volvían repararon en el aula de “Fomentado de ambientes propicios”, donde se discutían, en plan de debate, las distintas maneras conocidas para hostigar al enemigo hacia el campo de batalla más adecuado y, también, la de “Técnicas de desacople y ruptura”. En ese momento Zamfir comentó la popularidad de que gozaba aquella clase y lo reputado del profesor al cargo, quien predicaba una novedosa y radical perspectiva sobre el concepto de la “evasión-post”. Entonces, abrumado como estaba, a B no se le ocurrió otra que comentar que a él, en realidad, le gustaba compartir el sueño con ellas, aún cuando al día siguiente se viera forzado a confesar, a la cara, que la experiencia, quizás, no fuera a repetirse. Zamfir pareció estremecerse un instante mientras caminaba y también callarse una réplica airada. Después solo había puntualizado: “repugnante”.
Siguieron y acudieron a observar algunas aulas de cursos de postgrado, vieron la de “Introducción a la teoría de evaluación en escalas de diez de la estructura física de los objetivos”, una de un seminario especial de torpedeo de adversarios para el que, le aseguró Zamfir, había que tener mucho currículum, y otra que no entendió bien sobre el arte de la mediación con “murciélagos”. Observado aquello siguieron hasta el aula magna, usada como “sala de motivación”, dónde un tipo enorme y ataviado de floreados se comportaba igual que Tom Cruise en “Magnolia”, solo que mucho más doctrinario y agresivo, azuzando continuamente a los presentes con la máxima de que debían “respetar a su pene” y exigir lo mismo a las damas. Aquel esteroideo armario gustaba, por lo poco que pudieron ver en aquellos segundos, de soltar inesperadas bofetadas con el dorso de la mano a alumnos especialmente bajos de moral, lo cual él consideraba una metáfora de los métodos de rechazo que debían esperar del enemigo y lo usaba para hacerles aflorar la rabia sexual.
Allí se detuvieron. Zamfir miró dentro y le hizo un gesto al tiparraco. Entonces volvió a dirigirse a B, inquisitivo.
- Bien, hemos visto la mayor parte de lo que hay que ver...ahora es el momento de que usted se pronuncie.
- ¿De que...?- A pesar de todo, la pregunta pilló a B por sorpresa.- ¿De que me pronuncie acerca de...?.- Balbuceó.
- Vamos hombre! Ya me tiene hasta arriba de timoratadas. Que se pronuncie sobre si va a seguir nuestro curso o, por el contrario, sus testículos de protozoo no le dejan otra alternativa que retrotraerse ante el peligro, algo sobre lo que, sin duda, no le falta experiencia...-
Ante aquella afrenta directa y descubierta, por el cerebro de B se precipito un impulso de adrenalina y otros péptidos que le hicieron envalentonarse ante la perspectiva de un enfrentamiento. Ante tal situación, y sobretodo ante aquel fantoche plastificado, empezaba a sentir como crecía un destello de audacia en él, de aquel tipo que, curiosamente, solo lograba cuando alguna hembra que pretendía le rechazaba sin tacto ni escrúpulo alguno. Entonces se sentía la suficientemente intrépido para sintetizar, en un par de frases, algo hiriente y eficaz, algo con un mordiente personal que las dejaba por los suelos y sellaba su venganza, algunas veces. De pronto, B se descubrió cayendo en algún malévolo juego de provocaciones y decidió mantener la prudencia explicativa, aunque no pensaba callarse ni una.
- Verá...- Comenzó.- En realidad no me siento demasiado cómodo con esta idea de que los atributos masculinos son esos que proponen ustedes, vaya...y por lo que he podido entender de la “teoría del macho” que antes me contaba, digamos... que tengo que estar cuadrado, ser un prepotente e incluso un poco capullo...- Zamfir le interrumpió.
- Pues eso último funciona, tenemos estudios de variables correlativas que demuestran que una cierta dosis de canallismo resulta tonificante, en términos de atracción...algo semejante a lo que sucede con el bótox...- Hubo una pausa. Ante el silencio B replicó.
- Ya, pero yo no me siento cómodo...y además tengo la sensación difusa pero presente de que en ese tipo de fantochadas traiciono a una parte de mi mismo...-
- Ye le dije que tendría que renunciar a cosas... Además ese tipo de remordimientos de índole psicológica no son muy importantes en realidad, en serio, se aprende a lidiar con ellos en “Control del no-pensar”, de segundo... Aquí le decimos lo que funciona, no hacemos trajes a medida. Aunque sí contemplamos una cierta diferenciación de cánones masculinos... extrovertido / máquina sexual, segundon / trabajador, raro / profundo / máquina sexual...
- No, no, verá... Yo no me siento cómodo con la idea general de que las relaciones entre sexos deban discurrir por un único patrón monolítico, porqué tampoco creo que deba estereotiparse lo que se debe esperar de cada sexo...bueno, como cuando se decía que el hombre pone la voluntad y la acción y la mujer su extasiada y pasiva contemplación...jeje...- B empezaba a notar el fango bajo sus pies y no pudo contener una risita nerviosa.
- Mire... En toda sistematización de unos conocimientos es práctica habitual la construcción de unos tipos ideales, estereotipos si lo prefiere, que, aún y ser poco respetuosos con la diferencia y los matices, nos ayudan a comprender y, sobretodo, a lograr patrones de actuación útiles en el momento de...- Ahora B fue el que le interrumpió y a Zamfir no pareció gustarle el cambio de tornas.
- No, es que... en realidad no creo que deba ser así, no creo que deban presuponerse tantas diferencias insalvables entre los géneros y que, por el contrario, si que se debe estar más abierto a encontrar similitudes entre nosotros.- Zamfir le miraba fijamente, como obviando su discurso, pero, eso sí, sin poder disimular su perplejidad.
- Pero... pero... ¿usted de dónde sale? ¿De que maldito agujero psiquiátrico se ha escapado? ¡¿Es que lleva tanto tiempo sumido en su pútrida autocompasión como para perder todo contacto con el mundo exterior?! ¡Maldito asocial!
Zamfir vociferó un rato más algunas cosas incomprensibles para B y, en alguna de sus fases espasmódicas en que describía círculos azarosos con sus andares, le pareció que se estaba reprimiendo, esta vez, el pegarle. Al poco, sin embargo, pareció reparar en algo y se giró para mirar dentro del aula de “motivación”, hacia su instructor, quien le estaba observando con un gesto de desaprobación. A partir de eso, Zamfir se concentró en calmarse y como el silencio ponía nervioso a B, éste sacó a colación una de sus excursos favoritos en materia amatoria.
- Puesto que le interesa...y no lo digo para forzarlo a que me de una paliza...jejej... Pero yo creo que cuando uno entra en ese tipo de juegos de cultivarse en el arte de la seducción pues...eso, uno acaba por asumir ciertas cosas... “ciertas reglas del juego”...- Zamfir resopló.
- Cierto, cierto... En realidad conseguimos descifrarlas con eones de estudio documental de nuestros escribas e investigadores...ahora conforman nuestros una suerte de textos sagrados...-
- Si, bueno...la verdad es que no son muy difíciles de ver pero... con esas reglas tan cacareadas, ¿no acabamos premiando que las mujeres piensen en sí mismas como individuos de medio pelo, como un apéndice del macho, que sólo son alguien cuando se juntan con alguno que lleva la batuta? ¿No premiamos que se comporten ellas mismas como un buen florero?- Ante tales palabras Zamfir se rió complacido.
- En realidad esa es una de las maniobras más sublimes y logradas de nuestros servicios de inteligencia... lograr que las mujeres reivindiquen su autonomía y su papel en el mundo a través de una competición por cual de ellas está más apetecible. No somos unos pardillos, sabemos que eso les da cierto poder que puede tornarse peligroso... pero las “encauza”... Si no, ¿cómo habríamos superado esa negra época de sublevación, mamoneo y sobacos sin depilar que fueron los sesenta y en adelante? Ahora ya no... ahora todas esas feministas ya se ven medio liberadas, mejor aún, todas han asumido el feminismo como algo normal, pero siguen dándose codazos entre sí por quien es la reina de la discoteca y así se preserva el orden natural de las cosas...¿no le parece precioso?-
Sin duda alguna B empezaba a apreciar la finura de pensamiento en constante obcecación que emanaba de aquella mente de Zamfir. Por ello, empezaba a ver el presente diálogo, ya, como una especie de tarea mayéutica en que el reto consistía en hacer ver al ladrillo que hay alternativas a mantener la geométrica formación para lo que la “naturaleza” lo ha dotado.
- Si... un primor... Pero lo que no me negará,- dijo tirándose de cabeza a por ello.- es que todo su “juego” fomenta el concebir todo el universo de relaciones humanas como algo utilitario y...- Hubo una nueva interrupción.
- Bueno. ¡Utilitario...!- Exclamó Zamfir empezando a mostrar signos de desgaste.- Aquí se discute cómo el macho cumple su finalidad ulterior, que es “meter”... y es eso mismo lo que le da un poder sobre...- Consecuente interrupción de réplica.
- Bueno. Pero estamos hablando de personas al fin y al cabo...-
- ¡¿Personas...?!- Contestó Zamfir. Después, con los brazos abiertos como estaba, miró al cielo y se dio la vuelta mientras se echaba las manos a la cabeza. B prosiguió.
- Por ejemplo, ¿qué me dice del uso estratégico de la insinceridad que aquí se promociona? Lo he visto escrito en letras como melones en la pizarra de “Ética sexual”.- Zamfir estalló.
- ¡¿Ahora “insinceridad”?! ¡¿Pero como se atreve...?! ¿Usted ha...? No ya “salido”, ¿ha “tratado” con mujeres últimamente? ¡Maldito pardillo reaccionario...!- B se encontró sin réplica en aquel momento. Ante los gritos, probablemente, el instructor salió del aula y se interesó por Zamfir, dándole un golpe en la espalda. El se giró y advirtió su interés, a lo cual respondió señalando a B y resoplando. A su turno, el otro asintió y le dedicó una mirada displicente a B.
- Este es Pietro, el instructor de motivación.- Dijo Zamfir.
- Mucho gusto.-
- Mucho gusto.- Después de decir esto, Pietro siguió escrutándole y haciendo pequeños aspavientos.
- Al parecer el señor B tiene un juicio bastante formado acerca de la correcta forma de aproximarse a una “dama”...- Dijo Zamfir con sorna. Pietro resopló una carcajada.
- Pues verá...- Picó B.- Le decía aquí a su compañero que no se puede decir que comulgue del todo con su método de reducir a personas, complejas y con sentimientos...- Con estas palabras los interlocutores iban poniendo unos ojos como platos - a una variable paramétrica dentro de un cálculo egocéntrico y atomizado, sobre la mejor forma de sacar partido de ellas.- B puso cara de satisfacción, los otros achinaron los ojos y asintieron con ironía. 
- Vaya, pues si que sabe palabrejas aquí el amigo...- Apuntó Pietro, y siguió dándole cuerda – Así que no le gusta tratar a las mujeres como cosas o cómo variables tipificadas...- B siguió picando.
- Exacto, exacto. Verá, esa necesidad de encasillar a las mujeres en estas u otras tipologías viene de un miedo ancestral a su naturaleza, de considerar que son seres extraños que no merece la pena comprender en exceso... de ahí también el mito popular sobre la incomprensibilidad de las mujeres..., que no digo que no haya mitos sostenidos con razones menos sólidas y menos arbitrarias, pero... – Zamfir le interrumpió, como en los viejos tiempos.
- En eso tiene razón...- dijo despreocupadamente – Ese mito de la incomprensibilidad de las mujeres fue una maniobra de la propaganda enemiga que causó un alud de desazón y nihilismo entre nuestras filas, llevando la oscuridad hasta... – Al decir esto, Zamfir se sobresaltó y automáticamente miró a Pietro con un matiz de espanto. Este ya le estaba mirando intensamente. Zamfir trató de disimular prosiguiendo con lo que estaba diciendo. – En realidad si se puede comprender a las mujeres lo justo y lo necesario, lo demuestra la asignatura de doctorado “Psicología femenina VIII: El esquema final”. Sin embargo entender propiamente toda la profundidad de los dictados del profesor von Clavo, quien imparte la asignatura desde hace seis años, es una experiencia mística reservada tan solo a grandes maestros precoces de la seducción, gente que goza de un poder incomprensible para el resto de los mortales... ya sabe, Warren Beaty, Eddie Murphy, Cañita Brava...- Zamfir seguía, entre sus devaneos, con la tensión en el rostro. Tanto él como Pietro esperaban ansiosamente las siguientes palabras de B.
- ¿Propaganda enemiga ha dicho? Sugiere que existe alguna organización de...- Un alumno de una clase contigua se giró para observarlos a través del cristal.
- ¡No! ¡Shhhh...! – Se apresuró a chistarle Zamfir.
- ¿Organización? ¿Organización... de mujeres? – Dijo Pietro con fingida confianza. – Este no conoce la teoría general de Marquassond sobre el “sacado de partido de las dinámicas puñaleras entre hembras”, jejeje...- Zamfir rió también.
 - Je je... se estaba usted metiendo con nuestra tendencia a los cálculos, fríos y sin escrúpulos...- Añadió Pietro.
- Si, si... Les decía que en esta actitud fríamente calculadora yo veo el tipo de conducta propia de un empresario que espera sacar un monto concreto de determinada operación... Es decir..., ¿no ven que hay algo que se pierde en eso? Verán cuando alguien te atrae o te gusta sinceramente, cuando hay afecto de por medio...- Nueva interrupción, esta vez en estéreo.
- ¡¿El qué?! – Exclamaron ambos. Luego intercambiaron unas miradas de sincera sorpresa y Zamfir se le dirigió de nuevo.
- Oiga amigo, si no guarda las formas... – Se interrumpió a si mismo. Pietro había adquirido una expresión amenazante de agravio y fue a dar un paso hacia B, pero Zamfir le cogió de la manga.
B no se daba cuenta que en las aulas contiguas ya había varios alumnos mirando y que incluso algún profesor había detenido momentáneamente la clase, así que siguió hablando sin freno. Zamfir y Pietro ya no parecían escucharle, solo intercambiaban signos con las manos y algún cuchicheo. En un momento, a B le pareció que Pietro se sacaba un saquito tamaño cabeza humana del bolsillo trasero de su pantalón y se lo enseñaba sugerentemente a Zamfir, pero no supo como interpretarlo y siguió hablando, más alto. Entonces Zamfir y Pietro trataron de reconducir educadamente la conversación hacia temas, al parecer, más inocuos y banales, pero B seguía insistiendo. Se ponía algo nervioso cuando no le permitían exponer toda la profundidad de sus tesis. Entonces exclamó algo muy apasionado acerca del “enamoramiento”, la “fuerza del cariño”, y que “las mujeres sabían sacar partido de ello mucho mejor que los hombres” y todo se paró un instante, como si allí acabara de estallar una bomba. B, que había usado esas palabras en el contexto de una metáfora, medio en broma medio en serio, con cierta intención picajosa, permanecía con las palmas de las manos hacía afuera y una amplia y confiada sonrisa, como esperando que se le reconociera el ingenio nato.
Bien al contrario, Pietro optó por ponerse de color violeta, poner cara de loco, y coger a B por el cuello de su raída camiseta. Lo que ocurrió después volvería a quedar confuso en la mente de B. Los golpes del corretear de los estudiantes, puertas chocando, el rumor de una rabia sin nombre, los asistentes a la clase de “Macholingüística” escandalizados y improvisando antorchas por haberse mentado varios términos sacrílegos. Después la negrura otra vez.

B se despertó unas horas después tendido en el suelo de un descampado. Estaba en un barrio bastante deprimido de las afueras. Se incorporó como pudo, se tapó el reflejo del sol en la vista, aún no recobrada del todo, y empezó a andar hacia cualquier parte. Parecía ser temprano y no había nadie en la calle, se paró para observar a su alrededor y vislumbró un coche patrulla y a dos agentes que le observaban desde dentro. Se dirigió hacia ellos.
- Buenos días. – Dijo uno de ellos sin haber dejado de mirarle mientras se acercaba.
- Mñs mmias... – farfulló él y se aclaró la garganta – Me ha sucedido algo muy esstrañño...-
Trató de contar lo mejor que pudo lo vivido durante aquellas ultimas horas en que había gozado de conciencia, pero los agentes no parecían dar mucho crédito a su apasionado testimonio. El que se le pegaran las palatales tampoco debía jugar en su favor. Aún y así, le dejaron acabar y después intercambiaron alguna impresión entre si. Después, uno de ellos se bajo del coche.
- Mire, amigo, vamos a llevarlo a que lo mire... alguien. Cuando esté más despejado podrá pensarse de nuevo esa historia, ¿eh? – Dijo el agente.
- ¿Cómo? ¿No me creen? Pero... – Entonces B se giró y se vio reflejado en el cristal de un escaparate próximo.
Tenía un aspecto francamente desmejorado, a cuenta de los trasiegos de la noche anterior y de haber estado largo rato tirado en el barro, que él supiera. Además alguien se había molestado, no sabía si con intención o no, en dejarle clavada una jeringa hipodérmica en el tobillo, pegarle un condón usado en la sien y cambiar sus pantalones de chándal por una faldita rosa realmente corta. Con esto y la ya pútrida camiseta, el cuadro realmente parecía ser el de alguien que ha escapado por los pelos de algún perverso experimento con la naturaleza humana. Ante esta impactante imagen, accedió al plan de los agentes.
Más tarde, en el centro de atención sanitaria al que lo habían llevado, B seguía tratando de serenarse y asimilar todo aquello. Incluso llegó a pensar si lo habría soñado, simplemente. Entonces apareció un tipo con gabardina y pinta de detective, quien, después de echarle una mirada se sentó en una silla próxima.
- ¿Cómo se encuentra amigo? – preguntó – Tiene usted mucha suerte de seguir con vida... Los agentes con los que habló antes me han contado una historia ciertamente confusa acerca de... una organización en que se enseña a ligar o algo... -
- ¿Quién es usted? – Le espetó B.
- Me llamo Magre – Al tiempo le enseño su acreditación policial. – Bien, ¿qué sabe usted de la AAADA?-
- ¿De qué? – Inquirió B, confuso.
- La AAADA, la organización que le ha hecho preso y le habrá usado para sabe Dios que hórridos experimentos y espectáculos... -
B permanecía con cara de no comprender.
- Vamos hombre... Estamos en confianza. Ya he visto muchos casos como el suyo... en que esas jodidas camioneras te agarran por la nuez en mitad de la noche y te llevan... – B le interrumpió.
- La organización en que yo he estado se llamaba EAI...bueno, tenía una E seguro, y no te raptaban camioneras sino unos tipejos muy bien vestidos... – Ahora el confuso era el detective.
- ¿Cómo? Entonces, ¿ha estado usted con los de la EEAA? ¿Con los machorros? Bueno y... ¿por qué lo han dejado con esa pinta...? Mire, es igual. Yo tengo que irme, amigo, esto ha sido un error... – Dejando esto en el aire, se levantó con intención de marcharse.
- Oiga, ¿a dónde va? – exclamó B – No puede dejarme así, lo que esta gente va haciendo por ahí no puede quedar impune... – El detective, agarrado al pomo de la puerta como estaba, agachó la cabeza en señal de abatimiento y después se giró.
- Amigo... no pretendo menoscabar lo impactante de su vivencia...sea cual fuere. – Dijo con solemnidad. – Pero créame que si hubiera usted caído en manos de esos sudoríperos marimachos de la AAADA lo cambiaría alegremente por cualquier afrenta impune que los de la EEAA pudieran hacerle en un día malo. -
B tragó saliva.
- ¿Y qué es la AAADA? – preguntó con voz temblorosa. Magre entorno los ojos con pesadumbre y aquiesció.
- El “Aquelarre de las Altas Artes de Doma y Arreo”... Verá, todo comenzó cuando un grupo de voluntariosas pescaderas venecianas, que se encontraba realizando un curso de reciclaje profesional, se quedó atrapado, por causa de una ventisca, en el centro educativo donde se encontraban, con solo dos profesores becarios, que no medían más de metro setenta, pobres, y un conserje... -
B se sintió desfallecer.         
   
                                                                            CGM. 
            

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