lunes, 8 de noviembre de 2010

Reportaje: La promesa de Mr. Frankl


Herrrman Frankl sin duda pasara a la historia por ser un individuo que nadó a contracorriente de los poderosos caudales de las convenciones y practicas sociales vigentes. Herrrman Frankl fue un hombre que nunca folló.
La particular elección de este verbo no se ve motivada por una actitud de jocosidad erótico-festiva ni tampoco por una de soez gratuitidad. Más bien, su recurso es obligado si lo que se pretende es añadir carácter a una expresión que, sin duda alguna, se refiere a alguna forma intensa de drama personal y, aún, para entendernos, puesto que a lo que aquí se alude es que el señor Frankl “no copuló”, con nada ni con nadie, en toda su vida. En una mayor laxitud del termino, también se podría afirmar que tampoco lo hizo nunca consigo mismo.
Y es que esta historia adquiere caracteres, si no dramáticos, si de enorme trascendentalidad, cuando se considera que dicha conducta (o ausencia de) fue una elección personal del susodicho Frankl. Más aún, fue una elección que tomó por sus principios o, por citar sus palabras en una entrevista con la revista de la American Anthropological Association, “por mis cojones”.
Aquí volvemos a requerir de una mayor precisión en el termino, puesto que no se trataba de “hacer un favor” a sus testículos, lo qual resultaria en un contrasentido desde el punto de vista de la biología evolucionaria, así como desde muchos otros más vulgares. Tampoco se trataba, para Herrrman Frankl, de preservarlos del deterioro, concretamente de la fricción y los golpeteos. No. Como avanzábamos, dicha conducta tenia relación con una cuestión de identidad personal y es esto, precisamente, lo que hace de esta historia un testimonio tan interesante para el estudio en clave psico-politológica de las teorías de la identidad y la elección con arreglo a fines y, al mismo tiempo, para la revista “Hola”.
Herrrman Frankl nace, a raíz de una curiosa anécdota que no viene al caso, en un local del sindicato de estibadores de Dusseldorf, pero más curioso aún es que permaneciera allí durante toda su infancia y adolescencia. Tampoco sus padres, ambos estibadores, se opusieron a ello.
Así que el pequeño Hermie pasó esos tiernos años entre las cargas y descargas de volúmenes de toda clase que llenaban de actividad el puerto librero de la ciudad renana. Por ello, de forma un tanto precoz, a los siete años, mostraba una vasta erudición en asuntos de literatura universal y aún daba sus primeras pinceladas en los de filosofía. Con el tiempo, su interés por la palabra escrita lo llevaría a nuevos y emocionantes campos de conocimiento y, con ello, a formarse una reputación en los muelles.
En una ocasión, los rudos y curtidos estibadores quedaron perplejos cuando vieron al pipiolo, que entonces acababa de cumplir los trece, cometer la osadía de acudir a las sesiones de su seminario sobre “principios de civilización en la historia y en la actualidad”, para lo cual se habría considerado que la edad madura eran los quince. Pero aún se sorprenderían más cuando, en la tensión de un acalorado debate, tomó la palabra para demostrar, con la ayuda de un enorme diagrama conceptual, el porqué de la no aparición de un proceso industrializador en la China imperial del siglo XV para, después, propinar una bofetada a Hans Zieckler por considerar arrogante su argumento de que Federico Barbarroja había sido el inteligente estratega que lo había orquestado todo, mandando una carta con polvos picapica al emperador Hongxi con tres siglos de anticipo (según Zieckler, además, restos de estos polvos habrían provocado que Federico se cayese del caballo en 1190).
Ese fue el tipo de situaciones que empezaron a lanzar la fama de Herrrman a nuevas cotas. Para entonces, caían en sus manos las primeras referencias filosóficas sobre existencialismo. Este seria, precisamente, el prisma intelectual que le serviría para poner los cimientos de su, ahora ya famosa, “critica político-estética de las sociedades occidentales”.
En contraste, en estos años su interés por el sexo opuesto era más bien poco, o muy poco, hasta el punto de que, preguntado acerca de la opinión que le merecían las alegres y robustas mozuelas portuarias, llegaría a afirmar de ellas que “tenían la gracia de una adaptación a opereta de “El anticristo” de Nietzsche”.
De modo que, en sus primeros pasos en el terreno de la hombría, canalizaba toda su fogosidad hacia el intelecto y el espíritu. En un giro que tendría que ser crucial para la posteridad, a los dieciocho años se inscribió en un curso acelerado de ascetismo que le había recomendado un sabio errante de las atarazanas.
Así, combinados su desapego a la ociosidad, un rasgo característico de los “dockarbeiter” de Dusseldorf, y su natural comprensión del funcionamiento de la psicología humana, pronto se vio implicado en grupos de acción directa contracultural. Para entonces, Herrrman estaba empeñado en mostrar escénica y provocativamente lo vacuo del estilo de vida consumista que se asentaba en los años ochenta. Junto a sus compañeros, organizó sentadas silenciosas delante de cines en que, a traición, se revelaba el final de la película a todo aquel al que se veía comprar una entrada. También orquestó una campaña publicitaria denunciando que la industria de laca para el pelo contribuía a mantener redes de explotación infantil y que, además, su uso causaba “cáncer de culo”. Incluso llegó a personarse en rituales de diferentes confesiones religiosas disfrazado de pepino. Pese a lo profundo de sus acciones, nadie le hizo caso, excepto la policía y alguna que otra comisión de mercado.
Pero Herrrman no era un hombre que se arredrase ante nada. En lugar de frustrarse ante un aparente fracaso, él consideraba que estos eran bendiciones que lo obligaban a repensarse a sí mismo y a sus tácticas de combate.
Basándose en un  número de la revista semanal “Situacionismo y prendas para el hogar”, consideró que era una idea fulgurante el recrear una gran “performance”. No una “performance” normal pero grande, sino una cualitativamente distinta a las demás, que “llenara todos los rincones de su existencia y no pudiera sino resonar punzantemente en las conciencias de sus congéneres”, en palabras de su biógrafo y “esteticienne”, Rupert Schiltz. Eso es lo que lo llevó a su decisión de “no follar” nunca, para confrontar la idea de un “hedonismo atomista y autodestructivo”, por lo tanto el sexo, con la idea de una vida interior desarrollada y al servicio de los demás. Y es que Herrrman no podía dejar de ver en la cultura del ocio contemporánea a él, así como en los ritos de apareamiento dicotequeros, un patrón de distribución alienante y una negación de seis de los imperativos categóricos de Kant, no hace falta decir cuales. Por ello, en una imagen que los académicos con más punta definieron como la de “un Kierkegaard recalcitrado”, Frankl adoptó una paladinesca actitud de ejemplo en que se negaba a adoptar el camino fácil y caer en una vida estúltica de comodidades inmediatas pero sin “espiritualidad”. De hecho, Herrrman pensaba, fundamentalmente, que la gente no sabia aún lo que era “pasarlo bien de verdad”. 
Huelga decirlo, con lo que él llamaba su “puesta en escena” pretendía llegar a los más hondo del entramado  simbólico de occidente, llegando a encarnar, para algunos, la imagen del “terrorismo existencial”. No en vano, la fundamentación de su táctica estribaba en una encarnizada crítica a Reich por “timorato” y “frígido mental”, afinando, aquí, la ironía. También consideró “inconcluyentes” y “poco profundas” las aportaciones de Camus y Sartre, aduciendo que “no se habían enterado de la película”. Y de Foucault dijo que era “una mierda”.
Con todo, Herrrman Frankl consiguió cumplir el principal de sus objetivos, que era el no dejar a nadie indiferente. No fueron pocos los que despreciaron la fundamentación ideológica de sus actos, puntualizando que cualquier recurso por el ascetismo constituye una posición de negación del mundo externo que no es coherente con el argumento a favor de un estado centralizado y redistribuidor de sexo. Pero fueron muchísimos más los que simplemente se mofaron de él y de su opción por una pública virginidad. Naturalmente, las múltiples y creativamente diversas formas de chascarrillo que versaban sobre él se fueron introduciendo en la sabiduría popular, hasta el punto de fundar nuevos vocablos y expresiones. Ello llegó a erosionar el ánimo de Herrrman, aunque no su determinación y eso que la frase hecha de nuevo cuño “esta tía es una Frankl” (diese fraulein ist eine Frankl, en el original), llegó a ocasionarle una pequeña depresión.
Pero no fueron estas las únicas pruebas de carácter que tuvo que soportar en su empresa. Al parecer, su porte robusto y su fuerza de voluntad resultaban enormemente atractivas para todo tipo de mujeres sofisticadas, pero el las había rechazado siempre con caballeroso porte. Y entonces apareció Margaret Thatcher. Ella fue la única mujer que le llevó a revisar su sistema de creencias. Margaret era una persona bastante alejada de él, ideológicamente hablando. Sin embargo, Herrrman encontraba en ella la mala leche y la tenacidad que eran indispensables en su propio papel de gurú y, también, una rival excepcionalmente correosa al jugar al “Risk”. En ella, Herrrman redescrubrió un nivel de intimidad y comunicación que no experimentaba desde su despreocupada infancia a orillas del Rin, en que se hizo amigo de una culebra despigmentada. Todo ello eran tentaciones que su naturaleza de asceta repudiaba visceralmente, pero que, al mismo tiempo, su gran potencial racionalizador no podía dejar de juzgar como un campo de experiencia que convenía no ignorar. Al final, empero, Herrrman tuvo que excusarse de sus citas con Iron Maggie, como él la llamaba, y cortar definitivamente la relación. Ambos se resintieron de aquél encontronazo con los hados, Herrrman nunca recupero la jovialidad que le infundía aquella mujer. Maggie, por su parte, dejó el poder un 22 de noviembre de 1990, al no poder soportar el rechazo de Herrrman, y de su propio partido en peso, al mismo tiempo. 
Se dice que, a pesar de tantos y tantos que le hicieron daño de palabra y aquellos otros que intentaron asesinarle por considerarle una amenaza para el estilo de vida “tunning”, Herrrman Frankl causó un notable efecto en la conciencia social. Hoy en día, sus defensores le atribuyen el haber desencadenado una “verdadera” revolución sexual liberadora, así como de haber dotado a mucha gente de una nueva versión de un existencialismo “no deprimente”. Según algunos sociólogos la influencia cultural de Frankl se deja notar en la conversión de muchas antiguas discotecas y “afters” en “cognosalas” o “introspectódromos” e incluso se hace raro pensar que Ibiza, ahora una isla biblioteca, fuera en su día un antro de viciosa y etílica superficialidad.
Sin embargo, para el tiempo en que se empezaron a notar los primeros logros tangibles de sus acciones, Herrrman Frankl ya estaba asqueado de todo y su carácter, no es de extrañar, se había resentido enormemente. En sus últimos años, en los que apenas tenia contacto con sus amigos, se aficionó al espiritismo. Con la ayuda de una de las pocas médium que “sabia lo que se hacia” y no cobraba por el establecimiento de llamada, consiguió entablar una correspondencia estable con Groucho Marx y llegó a comprender que éste compartía todas sus asunciones éticas innegociables, pero que, simplemente, había optado por dar otro tipo de ejemplo, quizás algo cínico, reconoció, pero mucho más vivales. Se dice que Herrrman Frankl murió de repente, víctima de una inexplicable aneurisma séxtuple que sufrió en una de sus sesiones, en que discutían acerca del método y el público para su proselitismo, cuando Groucho le dejó caer “pues... no veas el tinglado que tengo aquí montado...”.
Con todo, viéndolo en retrospectiva, no se puede dejar de juzgar la figura de Herrrman Frankl como la de un mártir por una causa noble. Además, hay que tener en cuenta que este “héroe de nuestro tiempo”, como lo definió el claustro de la patronal de la industria de los ansiolíticos, conocía el sacrificio que emprendía, aunque quizás, dicen otros, no tenia claro hasta que punto había menoscabado las limitaciones conceptuales del dualismo cartesiano.     

                                                                                                                                           CGM.

No hay comentarios:

Publicar un comentario