lunes, 8 de noviembre de 2010

Editorial: hallados más cajeros automáticos con olor a hospital

La noticia que se narra a continuación fue calificada de “absurdidad con nulo sentido informativo” y aún de “estúpida patraña catastrofista solo comparable a lo del cambio climático” cuando apareció por vez primera, hace diez días, en las portadas de los más prestigiosos periódicos gratuitos de Europa.
Muchos medios fuimos vilipendiados por hacernos eco de dicha información, cuando tan solo nos veíamos empujados a ello en aras de honrar el sacrosanto principio de libre información que se requiere en toda sociedad democrática y sacar una pasta de paso. No es la primera vez. A lo largo de la historia, otras informaciones periodísticas legítimas fueron tomadas a risa, comportando ello nefastas consecuencias para el conjunto de la humanidad humana. Nadie fue capaz de augurar que la gran plaga de Peste Negra que asoló Europa durante el siglo XIV seria capaz de establecer expresiones lingüísticas como las que hoy sirven para designar los malos modales en la mesa de alguien, además de matar a más de veinte millones de personas. El anuncio del estallido de la Primera Guerra Mundial fue celebrado por los súbditos de los estados europeos y Francia como la madre de todas las pachangas. Incluso la introducción de la Salsa de Menta en el repertorio culinario de las islas británicas fue tomado por algo que, por fin, las iba a hacer “fashion” de verdad.
Sin embargo, también hay que admitir que incluso aquellas mentes menos sospechosas de cerrazón de miras no habrían podido anticipar que lo que hace diez días se considerara, como máximo, una anécdota sin trascendencia, se acabaría transformando, hoy, en una catástrofe con tintes de pandemia, capaz de trastocar el equilibrio mundial de poder. Naturalmente, nos estamos refiriendo a la continua aparición de más casos de cajeros automáticos que profieren un marcado olor a hospital.
Hasta el momento se desconoce si este extraño suceso esta causado por una compleja concatenación accidental de factores o bien por la siniestra mano negra de un grupo de conspiradores muy rebuscados. Lo que si se sabe, en cualquier caso, es que sus consecuencias, nadie se ríe ahora, pueden llegar a ser de proporciones monstruosas.
En concreto, el mal se contrae al aproximarse los usuarios a un cajero, con la atención focalizada en el cálculo de la cantidad a extraer y percibir, al mismo tiempo, la neblinosa, aunque reconocible, fragancia a sanatorio. Así se produce, en la psique del afectado, una asociación entre símbolos mentales de carácter conductista (no el de Skinner, sino el de la poco conocida versión de “las nutrias de Pavlov”). Lo fatal del caso es que esta asociación anexiona a los mecanismos cognoscentes que se activan ante la operación de “gastar dinero” imágenes muy vívidas sobre la muerte.
En las primeras exposiciones el sujeto no percibe ni la afección ni ninguna suerte de sintomatología concreta. Pero, pasadas algunas semanas, sí empieza a experimentarse un malestar difuso ante la perspectiva de cambiar un billete o de “darle caña al plástico”. Esto en el mejor de los casos. Otros se han visto presos de lo que se ha definido como “un torrente de sentimientos encontrados que ponen de manifiesto la mala integración de la muerte en los imaginarios sociales con que contamos en nuestras vidas regidas por el capital-hedonismo de hoy en día”. En este punto ya estamos hablando de un desorden mental serio, opinara nuestro conservador lector, y no es para menos.
El hecho es que desde meses atrás veníamos haciendo referencia a situaciones un tanto rocambolescas en la sección de “sucesos” que resultaban más sorprendentes, aún, cuando no se les encontraba una explicación aparente. Situaciones como la de un vecino de Milán que, ante el anuncio televisivo de una berlina de línea deportiva, experimentó una sensación de “desmoronamiento anímico y espiritual” e irrumpió, acto seguido, en llantos continuos que le duraron una semana. Una ama de casa de Lisboa sufría unos inexplicables cargos de conciencia cuando se iba a la cama y, cuando conseguía dormirse, tenia perturbadores sueños con “un aura a Pasolini” en que unos “seductores esqueletos se daban viento con un fajo de billetes mientras la miraban con la pelvis disparada”. Pero el caso más dramático fue aquél en que una muchedumbre, como movida por alguna forma de subconsciente colectivo, empezó a emprenderla a golpes contra un grupo de investigadores que hacían un estudio de marketing en una calle de Baden-Baden para, después, acabar linchándolos. Ahora, se tiende a pensar que todos ellos tienen una siniestra relación con el olor a hospital de los cajeros.
Es innegable, por tanto, que todo el asunto está afectando a la normalidad del devenir de cada día de los ciudadanos occidentales, puesto que los casos no se limitan al viejo continente. Lo cierto empero, y lo que da a la vez una vuelta de tuerca más a esta tragedia griega, es que el agregado de estos pequeños cambios ya empieza a notarse en un nivel macrosocial, con una patente ralentización del ritmo de la economía mundial. Los reportajes fotográficos de los ahora desiertos centros comerciales, sitios que antes tomaran el pulso de nuestro modo de vida, se suceden por doquier. Los parques temáticos, antaño auténticas maquinas de succión de dinero, ahora facturan poquísimo y los pocos que van se pasean por el lugar con cara de suspicacia y desconfiando de los payasos y mascotas.
Pero el caso que más erizará el vello de nuestro lector, otrora curado de espantos “hippies”, es el que aconteció anteayer en el condado de Suffolk, Inglaterra. En los pueblos de este lugar se encuentra la mayor tasa de concentración de afectados que se ha documentado hasta el momento. En la tensa atmósfera en que a los aldeanos les invadía una sensación subconsciente de aversión a lo monetario, muchos empezaron a anticiparse a dicha sensación con lo que, de hecho, erradicaron lo monetario de sus vidas. Ante este planteamiento, acto seguido, muchos otros empezaron a actuar de forma comunal, recuperando el truque y considerando la particular producción económica de cada individuo como un bien disponible para todo el colectivo. Naturalmente, la policía inglesa tuvo que disolver los foros públicos en que se llevaban a cabo tan dantescas atrocidades. La gran dosis de violencia represiva en dicha actuación de la policía, en cambio, no se justifica tan fácilmente. De hecho, la policía de Suffolk siempre ha tenido fama de ser sectariamente calvinista, lo cual se evidencia en su producción anual del musical “Los elegidos no pagamos bulas”, por lo que la renuncia a la integridad de una agencia individual egoísta y conectada con Dios a través del “mover la guita” no se contempla en sus ideologías. Es más, resulta aberrante.
El caso descrito en Suffolk, en síntesis, advierte sobre la posibilidad de que, en estas líneas de confrontación, se esté desencadenando un verdadero “choque de civilizaciones” que, sinceramente, no se contemplaba desde 1922, año en que Stalin fue designado Secretario General del Comité Central del Partido Comunista de todas las Rusias.
Ya advertíamos anteriormente que no se ha logrado una explicación satisfactoria de las causas de este oscuro fenómeno, lo que sí ha habido ha sido un buen elenco de reacciones. La menos inspirada, como siempre, ha sido la de las autoridades políticas que si, normalmente, ya tienen que bailar al son de los vaivenes de las olas, y los ciclos y las brisas de la economía, ahora han perdido irremisiblemente el paso. Por su parte, los responsables del Deutsche Bank, del Bank of América, del Sumitomo y de Caja Pastor, los más afectados, han lanzado una campaña de perfumado de sus cajeros con tal que produzcan olores relajantes e incluso algo hipnotizantes. Sin embargo, también se ha descubierto que muchas veces los perfumes solo enmascaran el olor a hospital y redoblan la confusión de los afectados, como en el caso de una señora de Annapolis, Maryland, que empezó a delirar en medio de la calle y confundió a un grupo de escolares con “encarnaciones enanas de la muerte que danzaban grotescamente en un campo de brezo”.
En cambio, el mundo empresarial en peso, considerándose seriamente afectado en su conjunto, ha prometido adoptar medidas de un mayor plazo. Para empezar se ha iniciado un programa de “contraofensiva cultural-propagandística” en que se han distribuido panfletos recomendando a los ciudadanos evitar cementerios y “que se te muera nada”, ocupar la mente tarareando algo de Enrique Iglesias y acudir a los comercios habiendo ingerido “un buen puñado de Lorazepam, salteado con algún analgésico”. Además, se ha prometido ir pensando muchas otras de estas medidas.
Pero aquí no acaba este particular circo de opiniones. Algunos afirman que toda la maniobra, en realidad, ha sido urdida e instigada por los mismos empresarios con la intención de desregular la legislación vigente sobre el olor estándar que debe proferir un cajero, en base a una interpretación del concepto de “defensa nacional y antiterrorismo”, y así promover el uso de olores que contribuyan a inducir estados de euforia y falta de refrenamiento, como en el que produce la última línea de “Eau de valkiria borracha”.         

                                                                                                           CGM.






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