lunes, 8 de noviembre de 2010

Crisis en el balneario

La tensa situación en el balneario de “Aguaspijas”, que se prolonga ya por más de una semana, no parece encontrarse en vías de cambios ni de ningún tipo de resolución que pudiera ser calificada de aceptable por las autoridades. Por tanto, no son ya tan solo la acumulación de días de inquietud, las penurias que deben estar pasando los rehenes o la constante presencia de policías y medios de comunicación lo que perturba las antaño apacibles vidas de los habitantes de los pueblos circundantes al balneario, sino que a todo esto hay que añadir una auténtica avalancha de cancelaciones de reservas en hoteles y albergues. Todo ello, sobretodo esto último, está amenazando el modo de vida típicamente bucólico y campestre de estas gentes, cuyos abuelos, y los abuelos de estos, ya se dedicaban a la hostelería, a las actividades de turismo rural y a la especulación con terrenos. Por ello, los sectores empresariales afectados se han coordinado en un grupo de presión desde el cual han empezado a financiarse grupos de paramilitares que amenazan con planes propios de asalto al balneario. Ello, naturalmente, provoca constantes rencillas de jurisdicción con la policía y también algún tiroteo que otro, como el que se dio anteayer. El estatismo de la situación, entonces, no ha implicado que se serenasen los ánimos y se facilitase el diálogo, más bien lo contrario.
Desde la comunidad internacional se insiste en las peticiones de que se ponga fin de una vez a una situación francamente vergonzante y que puede arrastrar al conflicto interno a muchos otros de los países desarrollados.
En la perspectiva de la recapitulación se puede observar como todo este feo asunto fue causado por una concatenación catastrófica de factores. Todo comenzó, así, el día 30 del pasado mes, cuando la peña de ancianos “Amigos del sauce rumbero”, afiliada al INSERSO, se reunió para salir de excursión al mencionado balneario. Fueron muchas las cosas que salieron mal, para empezar, en el viaje en autobús y, por una especie de ironía profética, la película proyectada era “Apolo 13”. Sin embargo, la situación que se ha generado ahora parece a mucha distancia de cualquier final hollywoodiense.
Lo cierto es que el sistema de cine del autobús era lo único que funcionaba sin problemas, pero eso importó poco porqué los ancianos ya habían visto todos “Apolo 13”, y varias veces, y entablaron un principio de refriega verbal con el conductor para que cambiase a algo de James Stewart. El hastío de los abuelos y abuelas fue en aumento por causa de las deficiencias en el sistema de aire acondicionado, por el “olor a gato mojado y muerto” que despedían los asientos, por los constantes volantazos realizados por el conductor, entre descuidos y la voluntad conspicua de amedrentarlos, y por la manifiesta ineptitud de los monitores, quienes para distraerlos trataron de hacerles cantar el éxito popular “La cabra”.
Acto seguido, los molestos ancianos tuvieron que soportar el servicio de un restaurante calificado de “andrajoso” por la guía “Miguelín”, dónde solo les sirvieron hervidos, zumo de uva para beber y cuyo personal les pidió con soberbio desprecio que no se subieran a bailar zapateados a las mesas, dado que su seguro no cubría la “actividad de reconstrucción de reliquias nacionales” por un uso indebido del mobiliario. Afrentados, los ancianos se quejaron con mayor pasión, pero solo recibieron por respuesta que se podían meter las reclamaciones “en el sarcófago”. Con estos desaires y otras referencias al culto egipcio de Anubis, los ancianos empezaron a mostrar los primeros signos de enfurecimiento.
Tal vez, si la situación no hubiera pasado de esto ahora no nos veríamos “de mierda hasta el cuello”, por emplear las mismas palabras del ministro de Asuntos Sociales al definir la situación. Pero lo cierto es que se pasó.
Los ancianos, para colmo, encontraron el balneario frío, aburrido y alienante y también hicieron constar esto manteniendo la continuidad de sus lamentos hacia los monitores y los mismos responsables del balneario. Pero, de nuevo, solo recibieron prepotencia como respuesta.
Entonces la catástrofe encontraría su propia medida cuando un empleado descontento del servicio de limpieza vio la oportunidad de devolver a la dirección el trato rudo e inhumano que esta le había brindado en materia contractual y, en su actitud vengativa, facilitó a los ancianos un juego de llaves de las despensas y de los armaritos donde se guardaban las bebidas etílicas, concretamente. A partir de este instante, en que el cordón de seguridad entorno al alcohol fue roto, los monitores y el personal del balneario empezaron a verse desbordados. Básicamente las ancianas y ancianos campaban a sus anchas, sin control alguno, por el recinto, organizando corridos espontáneos y una timba de apuestas para el evento de las carreras de aurigas con andador.
Sin embargo, algo que no tuvieron en cuenta los monitores es que si bien los ancianos se estaban desmadrando considerablemente, hasta ese punto no habían pasado de un hedonismo folklórico, despreocupado e inofensivo en comparación con la terrible barbarie que estaba por acontecer.
Irreflexivamente, entonces, los monitores decidieron administrar masivamente una dosis adicional de medicación y, en el trasiego de la emergencia, debieron descuidar el procedimiento, mezclando pastillas y sucumbiendo ante la picaresca de los viejos zorros más etilizados, los cuales se ponían a la cola para recibirlas varias veces. Fue en ese momento cuando el cóctel de destrucción estuvo listo para servirse. Pastillas contraindicadas entre si, las cantidades ingentes de alcohol y los distintos tratamientos de aromaterapia se juntaron para provocar un frenesí geriátrico colectivo. Fue entonces cuando se sucedieron las peores escenas de terror que obligaron a intervenir a los pocos efectivos de seguridad que había en el balneario. Por ejemplo, para desquitarse de no haber vivido propiamente una época de amor libre y “hippismo”, muchos empezaron a interpretar títulos de Jefferson Airplane a capella, en derredor de improvisadas fogatas alimentadas con toallas y albornoces, puesto que estos eran considerados un símbolo del remilgamiento, y hasta algunos se dieron a fumar moqueta. Otros, en un sentimiento bastante divergente, seguramente por causa de la tensión acumulada en toda una vida dedicada al trabajo y la familia, familia y trabajo, entraron en una espiral de artrítica destrucción “punk”, aunque esto causó menos estragos, curiosamente, que las actividades “hippies”. Pero el acontecimiento más panemocional, el que tuvo la dudosa virtud de unir a los acianos en una misma línea de acción coordinada, fue la triste defunción de la señora Améliez, a causa de una sobredosis del humo de fibras sintéticas y ácaros que se había insuflado a través de un enorme “bong”, también improvisado. Ante la mirada aterrada e impotente de monitores y empleados, los ancianos organizaron, entonces, una especie de funeral pagano por la señora Améliez para, inmediatamente después, asarla y devorarla entre todos con el fin de que su persona se asimilase simbólicamente a todo el colectivo. Sin darse cuenta, los ancianos estaban haciendo aflorar su particular conciencia de tribu.
Así, la mediación de los efectivos de seguridad causó el efecto contrario al esperado, puesto que los ancianos acabaron interpretándola como una ingerencia maligna en su recientemente adquirida conciencia de grupo e identidad pelleja. Ello provocó la rebelión abierta y la creación de un cerco en el que prevalecería, tan solo, su autoridad.
Este rotativo recogió el testimonio del párroco de la comarca, que tuvo el privilegio de poder observar como unas pocas decenas de figuras curvadas y achacosas se subían al tejado de la nave principal del balneario para clavar ahí su propio estandarte, como en la toma del Reichtag por los rusos, solo que esta vez erigieron la bandera de las “barras y estrellas flaccidas”. Después de ello todos irrumpieron en vítores y boinas, pelucas y peluquines, danzaron al viento.
A partir de entonces el grupo se encontró con la necesidad de encontrar un líder o un guía para su movimiento. Ese no fue otro que el Maki Pozuelos, autoproclamado chamán del colectivo unos momentos antes y principal ideólogo, que fue elegido por aclamación. Con este a la cabeza, el programa de acción de los ancianos llegaría a un estado de madurez y concreción que llevaría a toda la situación, a su vez, hasta un punto de no retorno.
En síntesis, la doctrina interpretativa del Maki Pozuelos contiene la afirmación de que “el contrato generacional es un timo”, ya que éste había llegado a la conclusión de que toda su cohorte de edad había sido exprimida hasta la médula, a base de la consabida necesidad de “levantar el país”, dejándoles ahora, tan solo, con una personalidad vacía, sin metas ni intereses y con una punzante sensación de cabreo generalizado. A este juicio también hay que sumar una desconfianza en la viabilidad del estado de bienestar a la larga, como era de esperar, por causa de “las pintas” que llevan los jóvenes de hoy, que no transmiten ni seriedad, ni eficiencia ni nada. Como colofón, entonces, se afirma que el rol productivo de la gente mayor en nuestras sociedades está seriamente menoscabado, mientras que en términos de rol de consumo se les considera “algo así como máquinas expendedoras de dinero a cambio de mierda”. Por último, desde esta posición también se han realizado llamados a una velada insubordinación por parte de todos aquellos que se encuentren en la misma situación: “¡papadas caídas del mundo, unios!”.
Una vez escuchadas las proclamas del Maki Pozuelos, las autoridades competentes se prepararon para un duro proceso de negociación, trayendo varios expertos en “chocheolitismo” para prestar apoyo de traducción. Sin embargo, esto tampoco sirvió de nada puesto que el portavoz de los atrincherados había perdido la dentadura en las desmañadas correrías que ya hemos citado y no se le entendía ni media. Así es, pues, como las cosas acabaron por estancarse.
Como era de esperar, la falta de una línea clara de actuación y la prolongación del asunto en el tiempo permitieron a los medios de comunicación abalanzarse como chacales hambrientos sobre él. Para bien o para mal, de esta forma se ha podido realizar un seguimiento de los detalles más intricados de la negociación, así como de los más sórdidos.
Ha trascendido, por ejemplo, que uniformados de la guardia rural trataron de efectuar un “asalto amable” en la noche de la cuarta jornada de encierro, internándose confiadamente en las instalaciones del balneario y tratando de hacer comprender a los viejos lo absurdo de todo aquello. Sin embargo, estos últimos no correspondieron a la voluntad de diálogo de las autoridades y tomaron posiciones de defensa. Entonces, la sorpresa cundió entre los uniformados, al encontrarse de cara con una perfecta falange de “bastoneros argiráspides” que avanzaba lenta pero inexorable hacia ellos y, sin haber sabido como reaccionar, tuvieron que huir en medio de una lluvia de palos. Después, los frustrados asaltantes reportarían que los ancianos no habían visto disminuida la convicción y la fe en su causa, ni tan siquiera una vez que la primera andanada de fármacos hubo remitido sus efectos. El resto de policías desplegados comprendieron que haría falta algo más contundente para abrir brecha en aquella plaza fuerte. Pero los ancianos también previeron esta asunción y tomaron medidas para sofisticar su recién estrenado ejército.
Un segundo asalto se produciría la noche de la quinta jornada, cuando efectivos de antidisturbios irrumpieron en el hall principal de balneario, dispuestos a blandir la porra. No obstante, la sorpresa también cundió en esta ocasión cuando los policías no observaron la presencia de la denostada falange, que se encontraba en un segundo plano, oculta bajo montones de pieles de patata. A cambio, dieron de bruces con una línea sencilla de las ancianas más arrugadas, que esgrimían una desconcertante expresión de creíble afabilidad abuelesca. Apercibiéndose de la confusión, el Maki Pozuelos dio la señal y las ancianas de primera línea revelaron su auténtica función: la del hostigamiento. Entonces se lanzaron hacia delante, al correteo, para detenerse a pocos metros de los antidisturbios y lanzarles una oleada de pulseras antireuma, que actuaban como bumeranes. Estas pulseras tenían el diseño justo para penetrar en la abertura del casco que queda a la altura de la nariz y acertar, con la bola, en un ojo, por lo que causaron grandes estragos. Después, con la misma inexplicable velocidad, las ancianas desaparecieron entre las líneas, ahora si reveladas, de la falange. Pero esta no sería la última de las arteras invenciones que la autodenominada “horda de platino” había preparado.
El choque entre el bosque de cayados que significaba la falange y las fuerzas del orden fue titánico y sin duda brutal. Los ancianos sabían que no podían mantener el tono de su principal línea de “infantes” si el combate se prolongaba en demasía. Por ello, la orden fue la de fingir achaques para, desde el suelo, propinar fulminantes embates en “uppercut” con la parte antideslizante del bastón.
Aún y con eso, las unidades empezaban a agotarse y la policía parecía tener la victoria al alcance de la mano. Entonces el Maki Pozuelos descubrió su arma secreta. Desde lo alto de dos escalinatas situadas en los adláteres del grueso de la batalla, sendos grupos de “berserkers arcános”, desnudos y pintarrejeados con un mejunje tintoso rojo, preparado a base de antidepresivos, e imbuidos, por ello, de un trance extático de destrucción, cayeron sobre los flancos de la línea de antidisturbios, lanzándose a por la cara de estos, como monos rabiosos. Esta maniobra y la carga de apoyo efectuada por el centro por el Maki Pozuelos y su guardia de corps rompieron, definitivamente, la moral del adversario. Los ancianos habían ganado su segunda gran batalla.
De nuevo, la manifiesta política de agresión emprendida por las autoridades tuvo el efecto de reafirmar a los ancianos en sus convicciones e incluso lanzarlos un poco más allá de estas. De modo que, por este principio de radicalización, los ancianos llegaron a fundar una república democrática estilo ateniense, al darse cuenta que las estructuras políticas gerontocráticas que se habían formado recientemente operaban con un criterio de ciudadanía tan inclusivo que abarcaba a toda su población de más de 65, exceptuando, naturalmente, a los más jóvenes, a los que se hacía recaer en las cómoda categoría de los “prisioneros políticos” o en la de “esclavos”. Esta iniciativa marcó indefectiblemente el camino de la sedición.
Con todo, en el presente se ha llegado a un nuevo punto muerto que no se sabe bien cuanto puede llegar a prolongarse. Un dato de interés al respecto es que los ancianos parecen haber puesto en marcha un programa de medidas para alcanzar un estadio de autarquía. Ha trascendido una serie de fotografías térmicas, tomadas por aviones espía que sobrevuelan constantemente el balneario, en que puede apreciarse que los jacuzzis del centro han sido reconvertidos en gigantescas perolas en que se preparan descomunales y densísimos potajes que podrían abastecer al grupo por varios meses ellos solos. Las salas de tratamientos de fango también han sido recicladas en terrariums dedicados al cultivo de legumbres e incluso circula el rumor de que grupos de alquimistas oscuros están experimentando con métodos de eugenesia que permitan a las añejas paridoras engendrar vástagos de 65 años, que nazcan ya arrugados y con los particulares procesos mentales y cognitivos seniles que le son característicos a este grupo de edad.  
Esta tenebrosa perspectiva nos obliga a tener presentes a los pobres desgraciados cuyo destino permanece al arbitrio del insurrecto “Consejo de las mil canas”, principal cámara decisoria de los ancianos, sirviendo a sus propósitos como rehenes u cosas peores. Hace dos noches los atrincherados facilitaron una cinta de vídeo a la policía en que se podía observar a tres de los monitores del grupo sosteniendo un ejemplar del “Hola” de la presente semana y afirmando encontrarse bien tratados. Sin embargo, las imágenes dejaban traslucir algo más que estas asépticas afirmaciones. Los monitores parecían verdaderamente afectados por el encierro, presentaban unas exuberantes ojeras, fruto de la exposición a insalubres cantidades de ondas televisivas, y se les notaba un desgaste físico generalizado. Ello probablemente se deba a las larguísimas y erráticas charlas sobre los pormenores de sus vidas a las que, se supone, están siendo sometidos por sus captores, las cuales se aderezan con constantes reprimendas paternalistas. Lo dantesco de la situación de esta pobre gente también se reflejaba en su forma de vestir, que consistía, en todos los casos, en enormes ponchos de calceta que sobraban por todas partes, a juego con los gorros, calcetines e, incluso, las mallas térmicas, confeccionado todo ello por los talleres revolucionarios, que no cejan en su febril actividad.
Pero, como avanzábamos, aún hay gente que lo está pasando bastante peor. El personal médico del centro, apropiado en peso por los ancianos por derecho de conquista, ha pasado a constituir una casta de esclavos en la que recaen las más degeneradas perversiones. Estos son obligados, según informó un mediador de Amnistía Internacional, a trabajar 23 horas al día, encasquetados en kubriquescas tronas con aparejos para mantenerles las pupilas abiertas, atendiendo a las más aprensivas fantasías de desordenes geriátricos que sus captores son capaces de padecer o imaginar, indistintamente.
Por el momento, ante el inmovilismo de ambas partes, las autoridades esperan que, con la llegada del invierno, empiecen a sucederse los funerales y que estos, con sus bacanaliceos y desmadrados ritos de celebración asociados, se vayan alimentando a sí mismos. Aún y así, sin saber aún acerca de la viabilidad de esta solución de desgaste maltusiano, las autoridades han lanzado un plan de prevención para evitar la extensión del ya apodado “movimiento mesiano-matusalénico”, por el cual están siendo confiscadas grandes cantidades de bastones, especialmente aquellos más sofisticados que cuentan con tres puntos de apoyo, y se tiene orden de tirar a matar a todo aquél que se encuentre adhiriéndoles un pincho, ni que sea una chincheta.                

                                                                                                                 CGM.

No hay comentarios:

Publicar un comentario